XXXVII. Aquí y ahora, te amo.

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Desde aquel lejano día en que había acontecido el suceso Dead Apple me pregunté como es que la niebla había hundido sus garras sobre nuestra realidad sin percatarnos. Allí, con la luna como testigo, pude deshacerme de las dudas que me siguieron hasta esta vida. Avanzaba rápido, en un parpadeo. Era como un tsunami blanco, etéreo, un ejército de nubes que reclamaba la tierra como si fuera el cielo.

No supe en que momento desaparecieron las personas. Sólo supuse que así había sido por los antecedentes. No lo confirmé hasta que usé la gema para transportarme hasta la explanada de la División. La hallé desierta, peor que un cementerio. No pasó mucho tiempo cuando una persona apareció en el otro extremo. Aunque la niebla distorsionó su contorno, rápidamente encontré en su brillo fantasmal la esencia de una habilidad manifestándose así misma como su propio usuario. Se acercó hacia mí blandiendo una espada —a saber cuál fuera su habilidad—, sin perder de vista mis ojos. Los suyos eran blancos, como perlas en lugar de globos oculares. En su frente distinguí el brillo escarlata de la gema que le daba poder, y —¿por qué no?— razón de existir. A punto de alzar su espada contra mí, apareció la habilidad de Kenji, monstruosa como el niño jamás podría aparentarlo, y lo atrapó en una batalla súbita. Se alejaron en un vals de chispas y cortes, una batalla campal dada por sus impulsos belicos intrínsecos. ¿Para qué otra razón existían la gemas sino era para eso?

Me toqué la frente. Mi gema no estaba allí.

«¿Dónde estará? Debo tener una, ¿no?» me pregunté mientras desabrochaba un par de botones de mi camiseta.

Tan pronto como la abrí la volví a cerrar, sin pensarlo, un acto reflejo que se devolvió en mis ojos, cristalizados de terror. Olvidé como respirar. Me quedé parado en medio de la nada, dándole vueltas a lo que acababa de ver. No cabía en mi una posibilidad igual. Pero tragué saliva, y volví a abrocharme los botones. Esto era lo que yo había elegido, al fin y al cabo. Un disparo a la niebla detrás de mí me hizo desviar la mirada. La gema de la habilidad a mis espaldas se desbarató como polvo mientras Dazai decendía su arma. Tenía la mejilla izquierda inflamada, y los ojos entornados por la ira.

En ese momento vi, como un recuerdo olvidado, como la habilidad de Dazai emergió en cuanto la niebla lo abrazó. Vi su sorpresa, su desagrado en sus labios, una mueca prontamente deformada por el puñetazo que la habilidad le dio. Un solo tiro sobre la gema en su frente fue suficiente para hacerla retornar, pero no para desaparecer la herida inflamada.

Y de esa misma forma vislumbré como había discutido con Kunikida aquella mañana, en la que portaba esos mismos zapatos. Hubiera podido saber la razón de su discordia, pero más y más recuerdos me abatieron, arrastrándome a una migraña.

Los límites de mi habilidad comenzaban a difuminarse, y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo.

—Ya estarás contento, Ango —dijo Dazai, avanzando hacia mí—. Has hundido a Yokohama en tus estúpideces.

—Eso no importa. ¿Sabes dónde está Chuuya?

—Sé donde estás tú.

Y me apuntó con el arma, como tantas veces pensé que lo haría en el pasado. Hubo noches en que dormía aterrado, con los pies y el alma helados, quietos de terror. Temía que en cualquier instante apareciera Dazai por las sombras del pasillo, y entonces se cobrara mi vida porque era su desgracia, porque era su afán terminar con lo que la era oscura no pudo culminar. Ahora, con la madrugada sobre nosotros, miré el cañón del arma con tedio y desprecio. ¿Qué podría ella enseñarme que no supiera ya? La muerte insistía en rechazarme, un amor no correspondido. Dazai mejor que nadie debería comprender mi hastío.

—Eres un traidor, Ango. A dónde sea que vayas, siempre serás un traidor. La eternidad no lo olvidará, y yo tampoco.

—¡Entonces dispárame! Mátame de una vez, si es que puedes.

Por amor a la decadencia [ChuuAngo]Where stories live. Discover now