VII. Gustos y disgustos.

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Cuando desperté no había nadie en la habitación. Sólo estaba presente lo que parecía ser un inmenso techo borroso. A los cuantos minutos vino una enfermera a revisarme, y llamó a la doctora. Fue ella quien me dijo que todo estaba en orden conmigo, a excepción de la uña de mi mano.

—Dolerá por algunos días, para lo que le recetaremos analgésicos. Y no se preocupe: Volverá a crecer en algunos meses.

También me dijo que me darían de alta mañana por la tarde, sólo para estar seguros. Estaba tratando de asimilar lo que había pasado —y lo que estaba pasando— cuando llegó Dazai con un melón en una bolsa, la cual colgaba de su brazo sano. Aún usaba sus muletas.

—¡Hola, Ango! ¿Cómo te encuentras?

—Bien, dentro de lo que cabe.

—Eso es bueno —dijo, y después de dejar el melón en la mesa al lado de la camilla él tomó asiento—. Oda iba a venir, pero está ocupado con un trabajo. Igual y le dije que no viniera. Es muy deprimente vernos en el hospital a cada rato. Lo mejor sería vernos en el bar.

Asentí, un poco indiferente a la conversación.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Nada demasiado impresionante. Los mercenarios fueron capturados por la mafia, y después de torturarlos un rato nos dimos cuenta de qué eran inútiles: No sabían nada de nada. Sólo escupieron algo de unas gemas, pero no sabían el nombre real de quién los había contratado. Sólo sabían que les habían pagado muy bien por adelantado.

Fruncí el ceño, sin llegar a comprender que los había impulsado a secuestrarme.

—¿Los asesinaron?

—¿Conoces otro método parar lidiar con los enemigos de la Port Mafia?

—Qué remedio. Gracias, de cualquier forma. Supongo que estaría muerto de no ser por ustedes.

Iba a tomar un poco de agua, cuando Dazai tiró de la servilleta debajo de él y lo alejó de mí. Lo miré expectante, cómo preguntándole lo que hacía. La sonrisa en su rostro era intimidante.

—¿Tú sabes a qué gemas se referían, Ango?

—¿Crees que me arrancaron una uña por qué lo sabía?

La sonrisa en su rostro se hizo más grande, más hipócrita.

—Tienes razón. Me disculpo —dijo con tono burlón.

En cuestión de minutos de aquello, se retiró de la habitación.

Nada más pasó entre el transcurso de ese día y la tarde siguiente. Si acaso puedo añadir algo, es la ansiedad que me surgió de pronto por el libro que no había llegado a entregarte. ¿Qué había sido de él? Pensé que lo había perdido sin remedio, y aquello, aunque no quisiera admitirlo, me deprimió bastante.

Al día siguiente, llamé a Oda para pedirle que me trajera un cambio de ropa de mi habitación. Y así lo hizo. En la tarde, con el matiz naranja del sol tiñendo el cuarto, Oda tocó a la puerta con un cambio de ropa en una mano, y un regalo en la otra.

—¿Cómo estás? —me preguntó, antes de dejarme indagar en nada.

—Bien, dentro de lo que cabe —respondí igual, mostrándole mi dedo vendado.

—Sí, eso puedo verlo... Pero, ¿estás bien?

Por fin entendí la índole de su pregunta. De igual forma, me alcé de hombros, como si aquello no guardara relevancia alguna.

Por amor a la decadencia [ChuuAngo]Where stories live. Discover now