Mientras en la noche víspera de la Navidad, cientos de miles de personas en la ciudad se reunían en festejos y compartir fraterno de alegría con familiares y amigos, en la habitación de un hospital, una familia permanecía en silencio, alrededor de la cama de un joven conectado a un respirador y otros tantos artefactos que lo mantenían con vida. Una vida artificial que no era la suya. Aquel no era Jonathan. Si, se parecía un poco a él, pero no era el chico alegre y lleno de entusiasmo que irradiaba felicidad por cada poro. Era solo un cuerpo inmóvil, pálido y golpeado.
William había forzado a los chicos a irse a celebrar las fiestas con sus familias, agradeciéndoles su constante presencia en todos aquellos días. Como Vivian no mantenía buena relación o comunicación con su familia, Calvin la invitó a pasar las fiestas con él y la suya. La chica no dudó en aceptar. Devon hizo otro tanto con Randy, que había recibido permiso en la clínica. Antes de marcharse, abrazó a William y le exigió, más que pedirle que lo mantuviera informado del estado de Jonathan. William estaba conmovido ante la preocupación de aquellos chicos para con su hijo. Pero Jonathan era así. Nadie que lo conociera, era inmune a sus encantos. Era imposible no quererlo cuando se le conocía.
Nicholas y Nadine estaban acostados a ambos lados de su hermano mayor, con las cabecitas apoyadas ligeramente sobre sus hombros. Se habían quedado dormidos, abrazados a él. Anne estaba embutida en una silla, medio adormilada, y Will, como siempre, del otro lado de la cama, sostenía una mano de su hijo, anhelando recibir un apretón aunque fuese involuntario, como les había explicado el doctor, y como el que le había dado a David:
_ Adelante._ ordenó sorprendido cuando sintió golpes llamando a la puerta.
Y en la habitación entró un sujeto vestido como un duende de Santa Claus, con calzas verdes ajustadas a sus piernas musculosas, y un jubón verde y dorado, con botones como bastoncillos de caramelo, y un gorro a juego con el jubón en la cabeza, y unas puntiagudas orejas de elfo, y tras él, venía un Santa Claus gordinflón, embutido en un traje rojo y blanco, escoltado por una elfina hermosa y elegante, que curiosamente calzaba unos zapatos de tacón altísimos. Y detrás venía el más curioso ejército de elfos, todos ridículamente altos y musculosos y poco contentos de lucir aquellas fachas. Kayla era la que mejor lucía, como Elsa, el personaje animado de Frozen. Los únicos que llevaban ropas comunes eran, Stephen y la señora Davis. Pero todos iban cargados de sacos y paquetes de regalo. Alan Clancy dejó escapar un jo-jo-jo, que hizo que Amanda, la elfina sexy, colocara los brazos en jarra y le mirara con reproche:
_ ¿Es en serio? Suenas deprimente.
_ Lo siento. Dije que no era bueno en estas cosas y no soy nada bueno en estas cosas.
_ ¿Qué hacen aquí?_ sonrió Anne, admirada y divertida al ver a todo aquel conjunto disparatado.
_ Sabíamos que iban a estar ustedes solos acá, y decidimos venir a acompañarlos._ dijo la señora Davis dejando lo que parecía una caja de pastel sobre un mueble. Stephen hizo lo mismo con un termo de chocolate caliente y otro de ponche.
Anne procedió a despertar a los gemelos, susurrándoles:
_ Niños, despierten... Tenemos visita.
Los gemelos abrieron los ojos, bostezaron y se desperezaron, y al reparar en todos aquellos sujetos disfrazados, rompieron a reír y saltaron sobre David, reconociéndolo y abrazándolo:
_ No soy David. Soy un elfo del taller de Santa.
_ Santa no existe._ dijo Nicholas._ Solo es un cuento que le hacen a los niños para que se porten bien y sobornarlos con regalos.
_ ¿Qué edad tienen estos niños?_ preguntó Amanda admirada.
_ Pero te ves muy lindo._ dijo Nadine dándole un beso en la mejilla._ Eres el elfo más lindo que existe.
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EN LOS OJOS DE LA BESTIA (2)
RomantikContinuación de la saga. Comenzando justo donde acabó EN LOS BRAZOS DE LA BESTIA. Todos tenemos derecho a vivir una hermosa historia de amor. Pero a qué precio?... Jonathan ha decidido arriesgarse y vivir un romance con David, solo que a su propio r...