Capítulo 11 - Maldad

65 10 2
                                    

Jonathan se había dirigido a la mansión. Luego del encuentro con Alex estaba muy alterado, y lo menos que deseaba era que David se diera cuenta y lo forzara a contarle lo sucedido para que estuviera de tan mal humor. Unas horas frente al piano le harían muy bien.

Hacía varias semanas que no tocaba. Ni siquiera se había presentado en la mansión y todo por no tropezarse con Edna MacMillan. Desde que la mujer le hiciera la repulsiva oferta de atentar en contra de David, Jonathan había creído oportuno no frecuentar tan seguido la casona. Por supuesto que David había visto muy extraña aquella decisión, pero Jonathan lo había achacado a ser precavidos para que la odiosa mujer no los viera juntos demasiado tiempo.

Bajó del Rolls-Royce y se disponía a ir a la entrada cuando escuchó unas voces airadas provenientes del sendero que conducía al invernadero. Alguien gritaba rabiosamente, mientras otra persona parecía sollozar y lamentarse. Picado en la curiosidad, Jonathan se dirigió hacia el sitio de donde provenían las voces, ya que sabía de quienes se trataba. Lo que vio lo dejó paralizado.

Edna MacMillan estaba abofeteando a su hija Anastasia mientras la insultaba, y la pobre mujer solo atinaba a cubrirse el rostro y sollozar desconsoladamente mientras su madre continuaba golpeándola y profiriendo más ofensas:

_ ¡Eres una estúpida descerebrada! ¡Por eso te has quedado solterona y morirás sola y en la miseria! ¡Porque no has sabido tener lo que se necesita para atrapar a un marido con dinero que te de la vida que te mereces! ¡Eres una inútil!

_ Mamá por favor, basta... No me pegues más...

_ ¡Tengo qué golpearte a ver si así aprendes, estúpida! ¡Dime! ¿Qué hacías coqueteándole a ese jardinero muerto de hambre? ¡Si no llego a aparecer te le habrías lanzado encima! ¡Eres una mujerzuela barata! ¡Aunque ni para eso tienes gracia! ¡Es obvio que ese muerto de hambre, con todo lo apuesto que es, no se habría dejado seducir por una idiota sin gracia como tú! ¡Solo mírate! ¡Tan ridícula, desaliñada, sin una gota de elegancia o talento! ¡Eres tan mediocre y estúpida como lo fue el bueno para nada de tu estúpido padre!

_ Mamá por favor...

_ ¡Cierra la boca, imbécil!_ gritó Edna y volvió a cachetearla con ira, como si estuviera disfrutando aquel momento con saña.

Y fue entonces que Jonathan no se pudo contener más y avanzó hacia ellas, sosteniendo la muñeca de Edna con firmeza, cuando se disponía a volver a golpear el rostro de su hija:

_ ¡Ya fue suficiente!

_ ¿Cómo te atreves, maldito desviado?

_ Llámeme cómo mejor le guste, pero no vuelve a ponerle un dedo encima a esa pobre mujer. Al menos, no delante de mí._ dijo Jonathan haciéndole frente a la altiva anciana.

_ ¿Con qué derecho te entrometes en lo que no te importa? Esto es un asunto entre mi hija y yo. Lárgate antes de que pierda la paciencia.

_ Usted vuelve a ponerle un solo dedo encima a esta pobre mujer delante de mí, y le juro por Dios que no voy a medirme, aunque sea con alguien que puede ser mi abuela.

Edna alzó los puños apretados, con toda la intención de descargar su ira en Jonathan, pero algo hizo que se detuviera. Tal vez fue la manera en que Jonathan reaccionó, permaneciendo firme ante ella, sin mostrar un ápice de temor. Lanzó una mirada repulsiva hacia Anastasia, que temblaba contra uno de los setos, con el rostro enrojecido por los golpes y las lágrimas, y los ojos muy abiertos a causa del terror:

_ No hemos terminado._ le dijo Edna a modo de advertencia y luego miró a Jonathan._ Eres demasiado valiente sabiendo que tienes al pervertido de mi sobrino de tu parte, pero no te cantes victoria. Muy pronto se te acabará la felicidad y la libertad de la que ahora gozas. Yo me encargaré de ello.

EN LOS OJOS DE LA BESTIA (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora