Capítulo 10 - Tiempo, amor y confesiones

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Diciembre se abría paso trayendo las primeras nevadas del año, que habían teñido de blanco los edificios, las calles y las copas de los fantasmales árboles. Ya comenzaban a distinguirse además las primeras señales de adornos para la próxima llegada de la Navidad. Los escaparates de las tiendas comenzaban a lucir las guirnaldas luminosas, al igual que las calles, además del ir y venir de personas transportando pequeños pinos cortados para armar sus tradicionales arbolitos navideños.

En medio de aquel jolgorio en las postrimerías del año, solo había algo que no era nada habitual. Que David MacMillan estuviese sentado cómodamente en su oficina, observando a través del vidrio del gran ventanal, la ciudad vestida de invierno, mientras tomaba una taza de chocolate caliente y sonreía escuchando a Ed Sheeran cantando Perfect.

Johnny y él ya llevaban un mes saliendo, y las cosas no podían ir mejor entre ellos. Le había hecho la propuesta de vivir juntos, y aunque Jonathan no se negó de golpe, sí le pidió algo de tiempo para continuar conociéndose mejor y ayudar a su padre a asentarse en la vieja casa familiar, a la que había sometido a algunas reparaciones antes de volver a ocuparla. Incluso, Bruce, el joven jardinero de la mansión, trabajaría en primavera, a petición del propio señor MacMillan, para convertir el pequeño jardín de la casa en un hermoso sitio que ofreciera un homenaje a la difunta madre de Jonathan.

Por lo demás, todo marchaba como sobre rieles. Seguían quedándose juntos casi todas las noches en el nido de amor. David meditaba en la forma cómo marchaba la relación entre ambos. No había un solo día en que no le hiciera llegar un ramo de rosas, o al menos una. A veces le enviaba una caja de bombones y en una ocasión le regaló un ramillete de globos en forma de corazones. Aunque las recibía de manera anónima, Jonathan sabía perfectamente de quién provenían.

Seguían comportándose normalmente ante la sociedad, en la empresa. Jonathan asistía al trabajo y era el fiel asistente personal del gran jefe que, aunque ya no era tan monstruoso como antaño, todavía despertaba respeto y temor en quienes le rodeaban. Pero en los últimos eventos sociales a los que había tenido que asistir, se las había agenciado para que Jonathan estuviera presente, llevando, claro está, a Iris como contraparte, que gozaba de aquellos acontecimientos y siempre regresaba a su casa con varias copas de más y totalmente alborotada.

Las noches en que se quedaban en el departamento, se la pasaban viendo películas. David nunca se había sentido como un apasionado del cine. De hecho, la última película que recordaba haber visto era Titanic, y solo porque Leonardo DiCaprio le parecía sexy, y de eso, casi ni se acordaba, puesto que había sido en su adolescencia. Jonathan se encargó de ponerlo al tanto de lo que consideraba las nuevas joyas del séptimo arte, casi todas referentes al cine LGBTQ+.

Recordó la noche en que vieron juntos Brokeback Mountain, la película favorita de Jonathan. A pesar de haberla visto un centenar de veces, volvió a repetirla, esta vez abrazado a David, que estaba tendido sobre el sofá, en calzoncillos, comiendo palomitas de maíz, mientras Jonathan estaba sobre él, también en calzoncillos y lloriqueando con la peli:

_ ¿Por qué lloras? No ha pasado nada interesante aún.

_ Es que todavía me da sentimiento que esta obra de arte no ganara el Oscar a la mejor película en su momento.

Cuando la película finalizó, con la sentida melodía de Gustavo Santaolalla de fondo, los dos, David y Jonathan, estaban con los ojos llenos de lágrimas. Ninguno se atrevió a mirar al otro:

_ Bebé... ¿Estás llorando?

_ No._ hipó Jonathan._ ¿Y tú?

_ Por supuesto que no._ negó David sorbiéndose la nariz colorada.

EN LOS OJOS DE LA BESTIA (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora