Capítulo 27

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Irene no le veía la gracia. Por supuesto, no era fácil que algo le hiciera gracia, pero la forma en que su jefe se había estado comportando los últimos dos meses, decididamente no le causaba ninguna. ¿Los últimos dos meses? Quizás sería más preciso decir el último medio año, desde que Jeno secuestró al hijo de Huang y lo convirtió en su mascota... al menos así fue cómo Mingyu se lo informó cuando ella estaba en Francia, ocupada cerrando un acuerdo multimillonario en representación de Jeno.

Por entonces, Irene se había mantenido escéptica y no tomó las palabras de Mingyu con seriedad: Jeno nunca había demostrado algún interés por los hombres, por lo que ella estaba convencida de que sería parte de algún elaborado plan para hacer pagar a Huang Randall. Para cuando regresó de Francia, Irene se encontró con que el muchacho ya se había ido, a Mingyu le habían dado la patada, y Jeno estaba inquieto en una forma que nunca había visto antes.

Había cierta tensión sobre Jeno, una carga pesada sobre sus hombros en las semanas posteriores. La razón más obvia que pudo imaginar en ese momento, fue que Jeno había dejado de acostarse con cualquiera y, para Jeno, era casi inaudito. Incluso la muerte de Randall no pareció apaciguarlo. Por el contrario, Jeno parecía más al límite luego de eso.

Irene empezó a sospechar el verdadero motivo del raro humor de Jeno, cuando le pidió que averiguara todo sobre Johnny Suh. Con Randall muerto, sólo podía haber un motivo para el interés de Jeno: el hermoso joven que Johnny abrazaba. Casi podía entender su atractivo: el chico tenía rasgos faciales muy refinados y una boca para morirse. Sólo que Irene nunca pensó que fuera del tipo de Jeno... ni cualquier cosa con una polla, en todo caso. Pero incluso entonces, ella no sospechó hasta qué punto Huang Renjun afectaba a su normalmente imperturbable y sereno jefe.

El viaje impulsivo, rompiendo la apretada agenda, de Jeno a Londres había sido la primera pista. Cuando desapareció en la noche, luego de despedir a sus guardaespaldas, a Irene no le causó la más mínima gracia... con Mingyu despedido, la seguridad fue añadida a su larga lista de responsabilidades, Irene no apreciaba cuando Jeno no la dejaba hacer su jodido trabajo.

Afortunadamente, Jeno había regresado a su habitación en el hotel algunas horas después, sano y salvo. Pero cuando se dejó caer en el cuarto de Jeno para hacerle saber lo disgustada que estaba, lo encontró sentado en el piso, aferrando una botella de vodka en la mano y viéndola con deseo. La vista la hizo frenar. Jeno no bebía. Ya no.

Era de conocimiento general que el padre de Jeno había muerto por una sobredosis cuando Jeno tenía diecisiete años, pero pocas personas sabían que había sido envenenado con drogas. Lee Jaesang había sido un hombre de negocios duro e insensible, pero un marido y un padre excelentes. Él y Jeno fueron muy unidos y la muerte de Jaesang había golpeado duro a Jeno. Irene sabía que Jeno había matado personalmente al hombre responsable de la muerte de su padre. Y todo se fue en picada a partir de allí. Jeno había empezado a beber. Continuó por meses hasta que finalmente fue hospitalizado con una grave intoxicación etílica. Cuando Irene llegó al hospital, encontró a la madre de Jeno abrazada a él, llorando y suplicándole que ya no lo hiciera, por ella y por las chicas.

"¿Quién nos protegerá si también te vas, Jeno?" le había dicho finalmente mientras su hijo permanecía sordo a sus súplicas.

Hasta donde Irene sabía, Jeno nunca volvió a tocar el alcohol. Pero sí lo mantuvo a su alcance. Cuando Irene le preguntó hace unos años por qué guardaba alcohol si nunca lo bebía, Jeno le dijo que le gustaba ponerse a prueba. Ese fue el motivo por el cual, cuando Irene vió a Jeno observando la botella de vodka con una intensidad escalofriante, su mandíbula se tensó, y una alarma se disparó en su cabeza.

Cuando unos días después, él canceló su vuelo a Italia y despidió nuevamente a sus guardaespaldas, Irene estaba muy preocupada. Sin embargo, cuando Jeno la llamó al día siguiente, ella notó inmediatamente el cambio en él: sonaba más relajado, la irritación que apretaba su voz se había ido. Cuando le informó sobre su paradero para que pudiera mandarle sus guardaespaldas, casi no se sorprendió al descubrir que estaba en el pent-house de Huang Renjun. Casi.

Pero incluso entonces, ella no supo cuánto cambiaría todo.

Durante las semanas siguientes, Jeno le había hecho reorganizar su agenda, delegando la mayor parte de sus responsabilidades y dejando Londres únicamente para las más importantes reuniones de negocios. Tan pronto como finalizara la reunión, Jeno estaría en su avión volando de regreso a Londres. También estaba gastando gran parte de su valioso tiempo en ayudar a Huang Renjun a resolver el desastre que había dejado su padre.

Irene observó todo eso con una mezcla de sorpresa e incredulidad. En todos los años que había conocido a Jeno, nunca lo había visto tan... obsesionado con nadie. Llamaba a eso "obsesión" a falta de una palabra mejor. De seguro, no había visto a Jeno interactuar con Renjun, pero como Jeno no dejaba que nadie se acercara a él, prefiriendo mantener hasta a su propia familia alejada por su propia seguridad, concluyó que sólo podía tratarse de sexo.

Así que esperó pacientemente a que Jeno superara su extraña obsesión con el chico de Huang, y a cada semana transcurrida sin que esto suceda, su confusión se hacía más fuerte. Pero Irene sabía que no debía cuestionar las decisiones de Jeno. Por supuesto, eso no significaba que no pudiera intentar interrogarlo.

—Entonces —dijo Irene tan pronto como Jeno salió de la ducha. Acababa de llegar del aeropuerto de Nueva York. Si el patrón de los dos últimos meses seguía manteniéndose, terminaría de vestirse y se iría a ver a su muchacho de pelo rizado.

Jeno dejó caer la toalla y abrió el guardarropa.

—¿Sí, Irene?

Se tomó un instante para admirar su físico, considerando si su cariño hacia Jeno habría sido menos fraternal si ella tuviera quince años menos de los que tenía.

—¿Por cuánto más estaremos en Inglaterra? —El tono de Irene era cuidadosamente casual—. Apenas salimos de Inglaterra en dos meses.

Ante la pregunta, las manos de Jeno se congelaron. Oscuros ojos la examinaron. Se negaba a dejarse intimidar. Ella era una ex-agente de la KGB. No era fácilmente intimidada.

Presionando los labios, Jeno se calzó unos pantalones.

—De hecho, quiero que empieces a buscar un edificio grande en Londres. Bien, la prioridad es que esté en una ubicación segura. El precio no importa.

Ella tomó una respiración entrecortada.

—Te refieres...

—Sí —dijo Jeno—. Mudaré la oficina principal de Ginebra a Londres.

Irene sólo pudo quedarse mirándolo en silencio. Trasladar el cuartel general, de un paraíso fiscal como Suiza hacia el Reino Unido, no era la decisión más práctica. Para decirlo suavemente.

Abrió la boca y volvió a cerrarla sin decir nada. Jeno soltó un suspiro.

—Tienes dos minutos para expresar tus objeciones —dijo, colocándose una camisa limpia y empezando a abotonarla.

—Como tu empleada, no es mi papel objetar —dijo Irene dejando que una sonrisa lenta estirara sus labios—. Pero como tu vieja amiga, digamos que nunca pensé que vería el día en que dejarías a un lindo niño con carita de bebé ponerte una correa. Te queda bien el estar enamorado.

Jeno le dedicó una mirada fulminante. Irene se estremeció, pero sostuvo su mirada, sus labios contrayéndose con un tic.

—Enfócate en hacer tu trabajo, Irene —dijo Jeno agarrando sus llaves.

Ella lo observó partir, sonriendo débilmente. No tenía idea de cómo el chico Huang habría logrado esto, pero se alegraba. Jeno trabajaba demasiado. Irene era igual, pero había una diferencia fundamental entre ella y Jeno: ella siempre tenía un hogar al que regresar; Jeno no lo hacía.

Quizás eso estaba por cambiar.

【𝖚 ┃𝖕┃ 𝖈】 ||ɴᴏʀᴇɴ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora