Jeno apenas prestó atención al informe de Mingyu mientras se dirigía hacia su dormitorio. Estaba exhausto luego del vuelo y todo lo que deseaba era su cama.
—Más tarde, Mingyu —dijo, golpeando el código de acceso en el teclado y abriendo la puerta.
Se congeló ante la vista que le daba la bienvenida.
Renjun estaba tumbado en su cama, riéndose por algo en la televisión, sus rizos desordenados, hoyuelos enmarcando su boca. Llevaba una camiseta violeta -Jeno ni siquiera sabía que tenía algo de ese color- que se le había subido hasta los muslos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —se escuchó decir Jeno.
Renjun volteó la cabeza y se lo quedó mirando, su sonrisa se desvaneció.
Antes de que el muchacho pudiera responder, Mingyu, quien todavía estaba detrás de Jeno, cortó apresuradamente en ruso.
—Mira, le dije al mocoso que se fuera, pero no obedeció. Él...
—Vete —dijo Jeno, con los ojos clavados en Renjun.
Mordiéndose los labios, el chico se sentó, pero Jeno volvió a hablar.
—Estoy hablando contigo, Mingyu. Puedes retirarte.
Un instante pasó antes de que Mingyu asintiera y se retirara. Jeno entró, dejando cerrar la puerta, la cerradura se trabó.
Estaban solos ahora.
Luego de un momento, Renjun volvió a mirar la televisión, viéndola con mucho interés... quizás con demasiado interés para que fuera genuino. Jeno siguió su vista y recién entonces notó lo que Renjun estaba mirando.
—Estás viendo caricaturas —dijo Jeno conciso.
Dejó caer su maleta sobre la silla y comenzó a desabotonar su chaqueta, pero su mirada seguía regresando al muchacho que continuaba tirado en su cama. Su camiseta era demasiado grande para Renjun, dejando su sedoso cuello y clavícula expuestos. Pese al agotamiento de Jeno, su polla se contrajo y empezó a engrosarse. Jeno apretó los dientes irritado, nuevamente, por la reacción de su cuerpo ante este muchacho.
—Me encantan las caricaturas —dijo Renjun ligeramente. Su mano, notó Jeno, estaba empuñando el edredón.
—Te encantan las caricaturas —dijo Jeno—. ¿Realmente eres un niño?
—No sea tan estrecho de mente —dijo Renjun, manteniendo los ojos en la pantalla—. Todos tenemos algo de niño dentro. Amo a los niños, y adoro las caricaturas. Pueden enseñarnos valiosas lecciones —sonrió un poquito.
Era jodidamente ridículo. Era imposible que Huang Randall hubiera podido producir a este extraño muchacho.
—Tengo una ahijada —Renjun voluntariamente rompió el silencio—. Me encantaría tener niños propios algún día.
—¿Tú? —Jeno no se molestó en ocultar su diversión. Renjun finalmente despegó los ojos de la pantalla para mirarlo.
Un gatito descontento, efectivamente.
—Sí, yo. ¿Qué es tan gracioso?
—Eres un bebé tú mismo —dijo Jeno, mirándolo de pies a cabeza.
—Las apariencias pueden ser engañosas —dijo Renjun, sonrojándose—. Para que sepa, soy genial con los bebés. Siempre fue mi sueño tener una gran familia, tener muchos hijos —dudó antes de añadir—. Y un esposo amoroso.
Jeno sintió que sus labios se curvaban con disgusto.
—¿Qué? —dijo Renjun, levantando la barbilla. Apagó la televisión—. ¿Cree que hay algo malo en ello? ¿Con ser gay?