CAPÍTULO 52

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La respiración de Lena empezó a ser cada vez más rápida. Apoyó sus manos en las rodillas mientras su vista se perdía en el suelo. Estaba sufriendo un ataque de pánico. Con cuidado, la ayudé a sentarse mientras le susurraba palabras tranquilizadoras. Cuando por fin su respiración se serenó, ambos estábamos sentados con la espalda apoyada en la puerta.

—Estamos condenados —musitó en un hilo voz—. Da igual lo que hagamos, porque vamos a morir.

Observé su perfil. Podía ver en sus ojos la tristeza que sentía sin ningún problema. Me habría encantado decirla que no, que todo se iba a resolver. Que ni ella ni aquellas personas a las que quería les ocurriría nada. Pero no podía, porque yo albergaba los mismos miedos y dudas. Nuestros ojos se encontraron. Estaban abnegados en lágrimas, aunque lo que hizo que mi estómago se contrajera fue la suplica que contenían, pidiendo una solución. El problema era que no la había. O ninguna que fuera a satisfacerla.

—No a menos que eliminen los Sectores 4 y 5 —murmuré.

Ella parpadeó un par de veces, como si mis palabras la hubiesen hecho volver de un lugar lejano. El gesto provocó que un par de lágrimas recorrieran su rostro, que ya había adquirido algo de color. Me miró desconcertada durante unos segundos. Luego, poco a poco, su ceño se frunció y sus pupilas brillaron por el enfado.

—¿Esa es tu solución? —preguntó, con el rostro arrebolado—. ¿Matar a media población es tu solución?

Se levantó de un salto y me enfrentó con los puños apretados. Ahí sentado bajo su mirada acusatoria, me sentí como el ser más rastrero del mundo. Una oleada de indignación recorrió mi cuerpo. Estaba harto de que me pusiera la etiqueta de malo. ¡Yo no era el maldito malo de la historia! Me puse de pie con la misma energía que ella y la encaré, sin permitir que sus palabras me acobardaran.

—Sí, si con eso logro salvar a la otra mitad de la población.

Un bufido se escapó de sus labios.

—Salvar a la otra mitad —repitió con desdén—. ¿Y quién ha decidido que debían ser los sectores inferiores los condenados? ¿Tú? ¿Un chico rico del segundo sector?

Entrecerré los ojos, dolido.

—Yo no he decidido una mierda —contraataqué—. No he sido yo el que ha condenado a esos sectores, Lena. Y te recuerdo que estoy en el mismo nivel social que tú porque tuve la genial idea de ayudarte. —La culpa se reflejó en su rostro por un momento—. Si tengo que elegir entre que mueran los yonquis, traficantes y criminales de los sectores inferiores a mi familia. No dudes que elegiré a los primeros.

Nos volvimos a quedar en silencio. Solo se oía la respiración agitada de ambos. Pasados unos segundos, empezó a negar con la cabeza.

—Esos yonquis, traficantes y criminales son la mía —dijo con tristeza—. No puedo permitir que los maten.

Suspiré frustrado mientras me pasaba la mano por el cabello para intentar calmarme.

—Te aseguro que yo no quiero que muera nadie. —La miré a los ojos para asegurarme de que entendía que estaba diciendo la verdad. Ella afirmó con la cabeza. Luego se dirigió a la cama y se dejó caer en ella, perdiendo la mirada en el techo—. Lo siento, no debería de habértelo contado —murmuré, sentándome junto a ella. Negó con la cabeza.

—No. Has hecho bien en decírmelo. Me has quitado un gran peso de encima. Ahora podré dormir por las noches porque sé que no estoy enamorada de un cabrón insensible. —Terminó de hablar y giró la cabeza para mirarme con malicia.

—Ja, ja —dije sin humor, aunque en el fondo me alegraba que bromeara a pesar de la noticia que le acababa de dar.

Me dedicó una sonrisa torcida antes de volver a mirar al techo. Estuvo así un rato hasta que al final se incorporó y se sentó apoyándose en el cabecero de la cama.

Sector 0: La Rebelión (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora