Elyon

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"for a minute, the world seems so simple,
Feel the rush of my blood, i'm 17 again,
I'm not scared of death, i've got dreams again,
It's just me and the curve of the valley,
and there is meanin' on earth, i am happy" the view between villages by nohan kahan

***

Sus pisadas hacían eco por los pasillos del Castillo, que a esas horas se encontraba casi desierto.

Su visita no resultó para nada como la había planeado, pensó dolida, pasando a toda velocidad y sin ser vista junto a los Guardias Reales apostados en las diferentes esquinas del lugar. Nadie, a excepción del cuidador de pegasos, Abrius, sabía que se encontraba allí. Y es que de todas formas, era bastante insensato de su parte haber vuelto a Eben luego de lo ocurrido en el Tribunal, pero se había sentido tan segura y confiada, que ni siquiera pensó en las consecuencias o dificultades de su viaje. Había sido cegada por la idea de volver a él, sin más.

Dio la vuelta a la esquina que dirigía al pasillo de la Sala de Arte y se escabulló silenciosamente entre las pinturas y bocetos para llegar al balcón. Se trepó a la enredadera y se sintió como una idiota en cuanto se impulsó, como una verdadera intrusa. Se bajó de la planta una vez estuvo a pocos metros del suelo y caminó rápidamente hacia los establos.

Cuando se adentró, divisó a Vela aún atada y comenzó a deshacer el nudo suelto de su cuello para largarse de allí. Su compañera, inquieta, parecía presentir que su dueña no se encontraba del todo bien.

Elyon quería llorar, gritar, escapar.

Debió haber previsto que ya era demasiado tarde para volver a intentarlo. Debió haberse dado cuenta.

Pero no, su corazón la hizo actuar mucho antes de que su cabeza siquiera comenzara a darse cuenta de la idiotez que había estado a punto de hacer. Pretendía volver, claro, se sentía lista, pero ¿para qué? Para estar a su lado.

Pero ya era demasiado tarde. Emil siempre la había esperado y ahora, él mismo había decidido dejarla ir.

Ladeó la cabeza y se enfureció consigo misma por tardar tanto en desatar a Vela. Cada minuto que pasaba allí le destrozaba un poco más el corazón. Aunque debería sentirse feliz, alegre, como él se había puesto cuando la vio rodeada de lo que la hacía feliz. Pero ella no era él. Su corazón no era de oro.

-¿Pretendes huir? – La sobresaltó una voz femenina.

Se dio la vuelta, esperando encontrar a una sirvienta, pero en cambio se llevó la sorpresa de su vida cuando vio a Lilibeth, la Reina, observarla con las manos entrelazadas en su falda.

Y casi se quedó sin aire.

Se encontraba frente a una de las mujeres más bellas que Elyon había visto jamás en su vida. Lucía un vestido marrón suelto en la falda pero ajustado en el corsé, una fina capa de seda a juego y llevaba un collar de oro que relucía, haciendo contraste con su piel morena y cabello rizado. Pero era su porte lo que más llamaba su atención, destilaba fuerza, elegancia y poder, era el digno de una verdadera Reina.

Había visto a Gianna actuar el papel años atrás, pero ella nunca la había convencido, su amiga siempre lucía nerviosa e impaciente, como si quisiera alejarse de la corona en todo momento, a diferencia de Bastian que siempre lucía un aire algo altanero pero amable. Emil, por otro lado, lo llevaba en la sangre, había nacido con ese destello que cobraba fuerzas cuando se encontraba rodeado de su gente. Pero Lilibeth no actuaba un papel ni había nacido para ello y sin embargo, lucía exactamente como alguien que dirige una Nación y lo disfruta.

hasta el sol y la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora