Capítulo 33: Sonidos de dolor, sonidos de alivio

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—¿Te sirvo otra? —un típico cantinero de bar le preguntaba a una morena que llevaba ya varias horas bebiendo en la barra del lugar. En realidad no había tomado mucho, sino que los vasos le duraban bastante tiempo, usualmente solo dos o tres o menos si la golpiza llegaba antes.

Luz asintió y corrió su copa para que el hombre pusiera el líquido que fuera dentro del recipiente, no le importaba mucho qué bebía siempre y cuando fuera fuerte e hiciera mucho más a meno el momento de recibir los golpes.

Una vez que tuvo la copa llena miró al bar donde había llegado después de caminar por varias horas. No estaba tan lleno como a los que solía entrar con más frecuencia, pero al menos había bastantes grupos que le podían ser útiles. Le dio un trago a su bebida y el alcohol blanco le quemó la garganta. Agitó la cabeza y se la aguantó, después de todo era lo mínimo que merecía por hacer lo que hizo, el fuego que le quemaba la boca no era nada comparado con lo que le había hecho a Amity.

—¡Mierda! —golpeó la barra llamando la atención del cantinero y de alguno que otro solitario borracho— ¡Mierda! —volvió a pegarle.

—¡Oye, amiga! —el cantinero tenía cara de poca paciencia— El que rompe paga —le advirtió ante las botellas y copas que Luz hacía temblar con cada golpe.

Ni siquiera miró al hombre. Puso los codos en la barra y su cabeza entre sus manos. A pesar de que había caminado durante horas no lograba sacarse la culpa que llevaba en el pecho. No entendía cómo fue tan estúpida de arruinarle la vida a Amity de esa manera. Sabía que ella no era inteligente y que necesitaba más tiempo que los demás para decidirse y pensar las cosas, sabía que de lo único que podía opinar era de dibujos, pinturas y de tatuajes y aun así prefería abstenerse de cualquier tipo de conversación para no pasar vergüenza. Tan solo no se consideraba digna de ser escuchada, o al menos cuando era chica el silencio era lo único que la llevaba a algún lugar. Siempre era la preferida de la gente que regenteaba a los niños de la calle, simplemente bajaba su cabeza y hacía lo que le pedían y cuando algo no le gustaba huía y por eso pasaba tan poco tiempo formando parte de los grupos.

Luz no era inteligente, pero era lo suficientemente sabia como para saber que si te quejabas, las "sustancias del sí", como le llamaba a las drogas que les inyectaban para que no se armaran rebeliones, venían y eso no le gustaba. No era inteligente, pero era lo suficientemente perspicaz como para hacer lo que la señora del hogar que abusaba de ella le pedía. Ya sabía que la mujer iba a hacer lo que se le diera la gana con o sin su consentimiento. De hecho, más de una vez se quedó sin poder sentarse varias semanas por culpa de negarse a colaborarle y eso a Luz tampoco le gustaba, así que simplemente agachaba su cabeza y hacía lo que se le pedía hasta que algo pasaba y ella podía huir del lugar, o tal vez tenía la suerte e iba a parar a la cárcel, o al hospital y lograba que la cambiaran de hogar o de casa de acogida.

Pero ahora sí que se había pasado, ahora sí que su estupidez había tocado fondo, ahora sí que había arruinado lo único hermoso que le pasó en toda la vida.

Luz dejó embarazada a Amity.

—¡Mierda! —volvió a golpear la barra.

—¡Oye! ¡Es la última vez que te lo advierto! —le gritó el cantinero.

Luz lo ignoró nuevamente, no era que no quería, simplemente estaba acostumbrada a hacer lo que a ella le parecía. Estaba acostumbrada a actuar por instinto. Era como un animalito que siempre está atento a no caer en una trampa. Al principio se mantenía alejada, luego se iba acercando de a poco, si algo le olía mal se alejaba y si no, terminaba por acercarse. Esos eran sus principios básicos, así había crecido y así había logrado mantenerse sana y salva, claro que para las personas que le veían usualmente la cara esto último no lo estaba cumpliendo. Pero básicamente hacía lo que le parecía, y eso hizo con Amity, lo que le pareció. Luz nunca tuvo que dejar de usar protección por más que no le gustara hacerlo. Debió pensar en Amity, debió cuidar de ella como si fuera la última gota de agua sobre el planeta tierra. Debió haber protegido a lo más importante que tenía, pero no lo hizo, se dejó llevar por el placer.

No soy para ti | LumityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora