8. Calor

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La sombra de la lujuria a oscurecido sus pupilas. A pesar de la frialdad en su mirada, hay algo distinto, una manera peculiar de verme que resulta lujuriosa para mí. El recorrido de sus manos acaba en mi trasero. La piel me pica mientras siento la temperatura de su toque encima de la tela, y la tenacidad de sus dedos aferrándose a mis nalgas.

—Jamás un omega se ha visto tan bien en un vestido —dice, bajando su boca por mi mandíbula—. Es una pena deshacerme de el.

—No tiene por qué hacerlo. —Desabrocho el botón tras del cuello. Las perlas de mis hombros resbalan por mis brazos—. Fólleme con el puesto.

Su cara baja hasta mi cuello, escucho como inhala ruidosamente cerca de mi glándula. Ladeo la cabeza, deseando que lo haga. Aferro mis dedos en su nuca mientras siento el beso húmedo y caliente en esa zona. Me remuevo encima de su gran erección, incitado por el calor que su boca está ocasionando. Jadeo al percibir sus labios descendiendo, me retuerzo agitado de placer cuando le da una lamida fuerte a mi pezón.

Libero un gemido al sentir el cosquilleo ardiente que provoca su lengua en mi areola mientras la lame con fuerza de arriba abajo. Con su mano libre estimula mi otro pezón, usando su pulgar para sensibilizarlo. Lo estruja y muerde el otro, y yo me restriego con más fuerza sobre su polla. Sus manos se coordinan demasiado bien. Lo quiero dentro. La presión en mi entrada es tanta que debo contraerme por mí mismo para tratar de aliviarme.

—Señor, eso se siente muy bien.

—¿Tanto te pone esto? —Chupa con fuerza mi estimulado pezón. Duele, duele muy bien.

—Sí —exclamo con satisfacción—. Tóqueme más.

Se deshace de la tela que cubre mi trasero, retirándola para apoderarse de mis nalgas, masajeando con fuerza mi delicada piel. Mi cavidad palpita cuando sus dedos se encuentran con mi fluido, jugando cerca del lugar que quiero que toque. Dominando con facilidad mi cuerpo, consigue voltearme hacia la cama. Con el alfa encima de mí, empiezo a comprender lo que está ocurriendo. Sin embargo, llega a ser algo momentáneo. Pierdo la noción al verlo descender hasta debajo de mi ombligo.

—Abre las piernas. —Su caricia en mis muslos es angustiante y dolorosa, su tacto es terso, pero me gusta.

—Señor, no es necesario... —Él sube por completo la parte baja de mi vestido y veo como desciende para besar mi rodilla.

—Te dije que puedo hacerlo mejor. —Con rapidez separa mis piernas cerniéndose en medio de ambas—. Ahora tengo que demostrarlo.

Aprieto con fuerza los labios al sentir como sujeta mi erección comenzando a masturbarla. Su índice realiza círculos en la cabeza de mi miembro y luego baja, oprimiendo mi falo con una habilidad extraordinaria. Su boca sigue emitiendo sonidos mientras chupa y muerde la piel de mi muslo. Un rato después se detiene. Bajo la mirada y lo veo observándome.

—No lo haga.

Ignorando mi petición, él se introduce mi pene en su boca y su lengua reanuda los movimientos que hacían sus manos. Con culpa echo mi cabeza hacia atrás, mordiendo mi labio inferior, sin saber si empujarme dentro o fuera de su boca.

—¿No? —inquiere en un momento con la voz ahogada—. Parece que te gusta mucho.

Arqueo mi espalda permitiéndome ser un sinvergüenza, su lengua de alguna forma parecer ser experta en acariciarme. Él continúa chupando de una manera que es deliciosa. Retorno mi cabeza, mordiendo con fuerza mi labio inferior para no tener que suplicarle por más. Sus ojos no se apartan de mí. Luce tan sensual con mi pene en su boca, sosteniendo esa fría mirada que ahora amo. Su agarre también sube y baja al ritmo que lo traga sin problemas. Mi lamentable virilidad que está siendo engullida ya no puede soportarlo.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora