24. Ámbar

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Tras la dramática escena, nos refugiamos en la intimidad del yate. Con la caída del sol, se cierra otro episodio en la historia de un matrimonio apasionado. Sin embargo, en el interior, los estragos de la actuación todavía nos persiguen. Y no voy a ignorar que quien acaba afectado por ello, soy yo.

Releo la última línea de la columna de Vogue, es la primera en darnos un respiro tras la controversia. Cierro la tapa de la laptop, aliviado de por fin volver a la monotonía. No es que precisamente me agrade permanecer en ella, pero encontrarnos envueltos en otras desgracias es más atosigante.

"Quédese tranquilo, el resto de las paradas harán borrar cualquier atisbo de mentiras. —Escribe Kaia en un mensaje.

Le respondo, agradeciendo su labor de hoy, y luego me despido antes de levantarme para ir a por la cena.

Todavía nos quedan dos días de un corto viaje matrimonial. Abordar este compromiso de la luna de miel, no es ni la mitad de trabajoso que lo que hice en el día de la boda y en los anteriores.

Y aún está esa cláusula.

He cumplido las primeras y las más importantes, pero aún queda pendiente una que no se halla tan lejos.

Las elecciones son en enero, y la competencia del presidente tiene una gran ventaja con estos últimos sucesos. Sin embargo, estoy asustado por lo que sucederá.

No estoy del lado de Casmichel solo por trabajar para él, Incluso con el miedo de no poder cumplir con su contrato, no podría considerar el otro bando. Es tonto pensar que Peters puede arreglar la situación, es nuevo y le sería más complicado por la ventaja que tiene el presidente con el trabajo que ha estado haciendo.

No, las personas no lo harían perder. Así que todavía tengo que preocuparme.

—¿Le gustaría empezar con la entrada, señor Casmichel?

Oteo el comedor, él no ha llegado aún.

—Ah, creo que esperaré a Aren —menciono con calma.

—Sí, señor. Si desea algo de beber puede pedirlo.

Asiento suavemente. Busco mi celular y estoy tentado a llamar, pero solo son unos minutos tarde.

Después del beso no dijo nada. Se marchó de prisa a su habitación y yo me quedé arriba dando vueltas para distraerme.

Aunque él lo sabe, siempre cenamos juntos. Desde que me lo pidió no se ha saltado una comida conmigo. Excepto los días que no se encuentra en casa, o las ocasiones donde yo no quiero cenar con él.

Media hora transcurre y entonces entiendo que no llegará.

—Señor Casmichel. —Regreso la mirada ante el llamado. Veo a una de las encargadas acercarse—. El presidente se excusa por no poder venir, al parecer está teniendo un malestar.

—¿Él se encuentra bien? —Me levanto de la silla.

—Sí, dijo que se le pasará con una siesta. No puede subir a comer, pero le pide que por favor usted no se salte su cena

¿Se sentía mal? ¿Por qué no me lo dijo?

—¿Podrían servirme algo ligero? —le pido—. Quiero ir a ver como está.

—En este momento le traeremos su plato, señor.

Trato de comer con tranquilidad, pero por momentos sentía que me atoraba. Me salto el postre y después apresuro el paso hacia el ascensor. No me doy cuenta lo desesperado que estoy por llegar hasta que me encuentro en nuestro piso.

—¿Señor presidente? —pregunto al entrar, pero no hay respuesta.

El silencio se engrandece por cada sitio mientras paso. Descubro la sala vacía, al igual que la cocina y la habitación. Camino hasta los balcones, las ventanas están abiertas, la brisa helada del mar se cuela al interior, y esa es la única compañía que tengo. Cierro la puerta del balcón porque comienzo a temblar.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora