25. Un hijo

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Su palma se encaja tras mi cabeza para arrastrarme a su boca, y entre besos devoramos lo que serían lamentos de nosotros conscientes, dejando que las respiraciones alteradas y los jadeos reemplacen lo demás. Con exigencia me aferra de la cintura presionándome contra sí, percibo su bulto sobre mi vientre y el roce provoca que mi zona trasera comience a humedecerse.

No hay palabras, pero su gruñido me indica que le molesta la bata que traigo. Sin dejar de besarme se deshace de la tela que resbala hasta mis pies. El movimiento brusco de él agachándose hace que nuestros dientes choquen, tomo un poco de aire cuando se separa unos instantes de mí. Sus manos no son suaves y ascienden por mis piernas tras mis muslos, acariciando con sus palmas tibias, miro hacia abajo y veo las llamas de sus ojos.

—Presidente...

—No. —Jadeo cuando me levanta sosteniéndome del trasero, me aferro a sus hombros para no caer—. El presidente estaba siendo considerado al principio. Yo no voy a dejarte huir —avisa antes de apoderarse de mi boca.

Se sienta en el sofá conmigo encima, mis nalgas se aprietan fuertemente sobre su miembro. Con emoción comienzo a restregarme encima, percibiendo la dureza, él gruñe mientras muerde mis labios.

—Mírate —dice dirigiendo sus manos a mi lencería—. Sabes cómo conseguirme, ¿eh? Tan ingenuo que te ves.

—Es lo único que tenía. —Por un momento siento timidez de que me vea.

—Para matarme de ganas, claro. —Su mano sube por mi pecho y abre sus dedos para apretar mi pezón—. Te ves tan delicioso así. Estas cosas te lucen... —Su boca atrapa mi otro pezón.

—Mhh. —Presiono mi puño sobre mis labios para callarme.

—No te calles. —Su palma llega a mi nalga y la azota como reclamo—. Gime para mí. Suéltalo todo para mí.

Acaricia la zona que ha golpeado y luego soba sus dedos en medio de mis nalgas. Estoy tan mojado allá abajo que no tardará en encontrarse con mis fluidos. Percibo como enreda su mano con la tira delgada de las pantaletas para luego hacerla a un lado.

—Presidente —me quejo, al sentir el ardor de mi pezón por su boca que sigue succionando a través de la tela.

—Di mi nombre.

—¿Aren? —pregunto con cuidado.

Él no contesta. En cambio, baja la tira del sostén y vuelve a atrapar con su boca la punta enrojecida. La chupa con fuerza produciendo sonidos. Aprieto mis labios mirándolo con atención mientras pasa la punta de su lengua, está tan mojada y caliente.

Siento por fin la llegada de sus dedos a mi entrada, rozando mi agujero con movimientos circulares que acaban cuando hunde un dedo en mi cavidad. Me ajusto a él, pero no parece tener paciencia para dejarme padecer por más, porque tan pronto como entra el primero llega el segundo y luego el tercero. Hasta que está dándome estocadas seguidas, preparándome para él.

Continúa hundiéndolos deliciosamente en mí, dando fricción con sus yemas en ese punto que me ha puesto a gemir sin pudor. Soy una mezcla de respiraciones entrecortadas y lloriqueos mientras me meneo en sus piernas y él me mira concentrado deleitándose con mi imagen.

—Quiero saber qué piensa de mí —farfullo con voz temblorosa.

—De alguna forma me llenas con solo mirarte. —Sostiene mis caderas y las arrastra, levanta su pelvis pegando más su polla gruesa que parece estar por reventar bajo mi trasero—. Tenía tanta ansiedad de devorar cada espacio de tu piel, pero solo viéndote llorar encima de mí, es saciar un poco mi hambre.

—¿Es verdad?

—No entiendo qué es lo que me ocurre contigo. —Siento su mano bajar hacia las ligas de mis piernas, recorriendo con lentitud dentro de las medias—. Porque de pronto necesito tanto a un omega... porque de pronto te necesito tanto a ti.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora