La primera vez que lo vi fue una tarde después del colegio.
A las afueras de Seattle descansaba una gran casa de campos extensos que requería mucho personal para mantenerla limpia y protegida. Vivíamos acomodados y en el comienzo de un matrimonio feliz.
Compartía la alegría por mi mamá y su esposa, ambas se comprometieron cuando cumplí quince años. Ella era una alfa que trabajaba como profesora en la universidad de Washington. Julianne era una mujer que poseía un carácter entrañable que se me antojaba adictivo en mis años de adolescencia, era apacible, carismática y cómica cuando convenía. Fue sencillo acostumbrarme a su presencia en lo que significaba nuestro nuevo hogar. El que no entraba bien en ese círculo era Julián, un omega de mí misma edad y el cual era su hijo, un escandaloso adolescente al que parecía no agradarle.
—¿Eres tonto? —me inquirió un día mientras nuestras madres intentaban convencerme de asistir al nuevo colegio. Pues yo prefería ingresar en un instituto público que se ubicaba más cerca—. No puedo creer que quieras asistir a unas instalaciones con condiciones básicas cuando hay un colegio adecuado para tus habilidades. De verdad no se puede ser más tonto —bufó por último antes de recaer en el sofá y no volver a dirigirme la palabra.
Claro que aquel no fue el motivo por el que asumí su disgusto por mi persona. Eso lo dejó para la primera semana de colegio. Ahí comprendí que su actitud grosera iba de la mano con su rebosante personalidad. Julián era más carismático que su madre, cómico en todas las situaciones y sin trabas en la lengua. Quiso incluirme en su séquito de amigos que me parecían desagradables, pero cuando lo rechacé me dijo aburrido. Desde entonces tomó distancia de mí y comprendí que prefería dejarme en paz porque no iba al ritmo de las amistades con las que le gustaba convivir. Comenzó sus salidas descontroladas cada día y noche, y como nuestras madres se ausentaban todo el día a causa del trabajo, no había manera de que Julián detuviera sus travesías que llenaban su vida de adrenalina.
Ese era el motivo por cuál al volver a casa me aventuraba solo por el terreno para recorrer los sitios preciosos. Como el aburrido que era yo me inclinaba por el silencio y la tranquilidad, también por la convivencia solitaria en la nueva casa.
Había mucho por hacer. Un lago en el que nadar, campos por donde conducir, jardines para admirar. Solo necesitaba compañía.
Después del apartamento de los Casmichel donde residíamos, mamá quería que tuviera espacio e inspiración para crear mi arte. Esta casa fue tan acertada para impulsar mi pasión y mi amor.
Aunque, no fueron únicamente hacia el arte.
Una tarde, volviendo del colegio, anduve hasta la cocina para ir por un poco de agua y al ingresar encontré a un chico curándose la herida de la mano encima del mesón.
—¿Te importa?
No me saludó, eso fue lo primero que dijo.
—¿Quién eres?
—Evan, el hijo del conductor Celis —respondió mientras oprimía un algodón en su dedo—. Había un puesto libre en jardinería y acabo de dejar el colegio.
—¿Eres un vago?
—Es por dinero —me miró con curiosidad—. Aquí tienen demasiado como para enviarte a un colegio privado.
Admiré mi camisa del uniforme.
—Es porque mamá es una bioquímica que trabaja en una empresa privada y mi madre profesora. Tal vez estudiar si genera dinero, no deberías dejar el colegio.
Él soltó una risa y no volvió a verme.
—El trabajo genera dinero, es por lo que estoy aquí.
Evan asentó el algodón con sangre sobre la isla de granito.
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El esposo del presidente
RomanceEn un mundo donde las apariencias políticas se entrelazan con las problemáticas de la sociedad, Yan un omega, se encuentra atrapado en un torbellino de intriga y deber. Cuando el respetado presidente de los Estados Unidos, un alfa enigmático, lo eli...