26. La censura

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 Travis e Ymer, concluyen con el trabajo de colocar el cuadro fotográfico en el salón principal. Les agradezco la ayuda y después ellos se retiran, dejando que me enfrente solo a la gran foto del presidente y yo en el día de la boda.

Mostrarla en el salón es lo que haría una primera dama. Estoy casado con el presidente, soy el primer caballero y esta también es mi casa. Puedo colocar esa fotografía en cualquier parte, pero aquí todos la tendrán que mirar al pasar a la oficina oval. 

Me quería para presumir su matrimonio. Bueno, daré un gran servicio. 

Es la imagen de un matrimonio poderoso.

El primer día en esta casa no me hubiera creído capaz de sostener esa expresión que parece tan genuina, atestada de un aura autoritaria y serena, siendo plenamente conscientes de nuestras posiciones.  No se requieren sonrisas, las posturas relajadas de nuestros cuerpos reflejan la comodidad de ambos, y las apariencias de las vestimentas elegantes de gran calidad que usamos le dan más proyección a ese estatus.

Actué, como un obsesionado por conseguir un premio. Mi logro era que los demás vieran lo que hoy veo en esa foto. Un privilegiado, un afortunado, un enamorado. Un falso. Se me está dando bastante bien. Quizá la falsedad del presidente ya me ha contagiado. 

¿Todavía sigo siendo yo? ¿O ya soy solo el títere que él dirige tensando los hilos?

No puedo permitir que me tenga bajo su control. Aunque eso ya no es algo que pueda evitar. A pesar de que soy su objeto que captura miradas y obedece, no quiero dárselo tan fácil.

Aprieto los puños.

Pasé días ansioso y preocupado, sintiéndome incapaz. Buscando alternativas para que me quisiera a su lado cuando supiera mi verdad. Mas, esto es como un juego de cartas con el presidente. Yo tengo mi mentira igual que una jugada con trampa para conseguir ganar, y él tiene sus contraataques que me dejan en las mismas. Parece una burla.

Miro los lirios que hoy decoran el salón.

Una disculpa.

Esa parte incoherente mía ronronea complacida al recordar el día.

¿Me quieres convertir en eso? ¿En un omega que obedece por deseo?

Me levanto para ir por el jarrón con los lirios y llevarlos al estudio conmigo. Al llegar, los dejo en el centro de la base que está frente a mi caballete y hago lo único que puede calmarme.

Recojo las mangas de mi camisa cuando el sentimiento se suelta en mí. Azotándome el cuerpo, despertando cada recuerdo de la noche de su celo.

Esa lucha suya por controlar su naturaleza, tratando de no ceder a sus impulsos. Yo declarando que no significaría nada, porque conozco ese instinto perdido que solo quiere lo que quiere.

De haber sabido la verdad sobre la cláusula, habría desistido a la primera, hubiera condenado a su lobo, lo hubiera abandonado sin mí en esa habitación.

Sin embargo, prosigo pintando, sin culparlo a él por ese momento. Y es que yo también lo quise, cuando me tomó entre sus brazos e hizo lo que tanto había anhelado.

El jarrón se había hecho añicos varios minutos antes, cuando el presidente batallaba por mantenerse en esa línea de su conciencia. Y lo presioné, presioné a su alfa por lo que necesitaba.

Ahora concuerdo, con mi instinto. Que esa noche no fue un desacierto mío, porque algo en mí también quería aliviarlo.

El perdón perdió significado. Lirios maltratados sobre el suelo, adornados por el vidrio y el agua, arrojados por un alfa de ojos ámbares. Por un...

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora