15. El tocador

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Mi desmoronamiento ha empezado, pero todavía no he caído por completo.

Soy un papel con letras grandes que explica cada emoción mía, y él lo sabe. Conoce mi debilidad y como trato de esconderla inútilmente. Puede leerme bien. Aunque lucho por mantener lo que siento bajo la piel, mis gestos se desbordan cuando me mira. Sin embargo, eso no le ha sido suficiente razón para retomar el tema. No hay disculpas ni vueltas.

Claro, no las espero de su parte. Solo quiero la oportunidad para dárselas yo, y explicarle que no buscaba hacerlo parecer culpable.

Los días pasaron en vueltos en una distante relación que me esfuerzo por mejorar. Le he hablado con sutileza, tratando de abordar una conversación, pero luego de un intercambio directo y seco, la charla acaba. De su parte solo están los saludos, los encuentros en el comedor y el adiós en la cama. La tensión en mi cuerpo no se calma, sin embargo, la suya es distante. Distante, como la sensación vieja, la cual conocí al llegar a esta casa y al acostumbrarme a él.

El presidente no está molesto. Si no supiera su forma tan fría de ser, pensaría que sigue enfadado. Pero lo cierto es que ha vuelto a su estado habitual. Lo hizo después de esa cena terrorífica que me rompió los nervios.

Entendí entonces que esa reacción solo fue eso. Una reacción.

Escarbé mucho y removí algo que trata de mantener oculto. Quizá hay algo que le molesta, y todavía no entiendo si es la culpa por lo que pasó, o la rabia de no haber sido capaz de evitarlo.

Leo Hansel. Ese era su nombre.

Sé muy poco de él, y lo que sé no me sirve para recrear situaciones.

Tampoco me atreví a indagar más allá. Su reacción fue una advertencia, quizá deba dejar morir aquello, como él parece querer. Aunque, me miento a mí mismo. Lentamente me está volviendo loco.

Las preguntas siguen surgiendo como un hambre cada día y yo trato de alimentarlas con miedo a su enfado. Me digo que no necesito más, que si él se lo guarda no tengo por qué levantar bajo la alfombra para desequilibrarlo. Sin embargo, hay alguien que sí quiere. Mejor dicho, una parte mía que lo quiere. Ese instinto que es muy diferente a mí y que se ha enganchado a su alfa.

—Aquí tiene, señor. —Kai me entrega el vaso con agua que le pedí.

Se lo agradezco y luego lo dejo encima del tocador para buscar los inhibidores.

Tengo que dormir a mi omega todos los días, porque el ligero aroma del presidente ha estado tentándome. No puedo perder el control de nuevo.

Sostengo el envase del medicamento y lo observo por un rato.

Después que terminará su viaje a Eslovaquia para fortalecer una alianza, ha vuelto para continuar con el teatro de aquí.

Hoy es la sesión para la entrevista, y según lo que he investigado a estas personas, les gusta mantener su olfato limpio para indagar en la relación de las parejas. De esa manera tienen pruebas contundentes para el final del artículo. Deben estar ansiosos por presenciar el comportamiento de nuestras feromonas. Ocultar las mías despertaría preguntas a las que no quiero enfrentarme, y de no responderlas se darán el lujo de suponer cosas. No puedo hacer que creen rumores acerca de nuestro compromiso.

Vuelvo a dejar el contenedor de las píldoras y cierro el cajón.

Me he preparado por varias semanas. Si desean un buen artículo se los daré.

—Señor, el vestuario está listo —informa Dili—. La gente de Vogue ha llegado, tenemos que prepararlo ahora.

Me pongo de pie y camino hacia el biombo, dejo la bata de seda en el perchero y respiro con fuerza.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora