18. Regalo

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Julián sigue contoneándose frente al espejo, los flecos de su chaqueta y pantalón rojo, se ondean al ritmo de sus movimientos.

—¿Dejaste botando tu caballo? —le pregunto admirándolo de reojo mientras Zhiyi me maquilla. El omega da un giro suave y se ajusta el sombrero vaquero.

—Hoy buscaré a un sangre pura —dice, haciendo dar vueltas a una soga que es parte del disfraz—. Necesito montar algo nuevo y bueno.

—No vas a coger hoy, y menos en esta casa.

Julián pone las manos en sus caderas.

—Al menos que quieras ser mi niñera, no es algo que puedas evitar.

—No —insisto. Quisiera poder hablar sin tener que preocuparme por mis estilistas, pero no puedo echarlos solo para reprender a Julián—. Por favor, este no es un hotel.

—Qué gruñón te has vuelto Yany. —expresa fastidiado para después cruzarse de brazos y tirarse en la silla—. ¿Ahora eres así? Un aburrido —resopla—. Pronto te convertirás en esas personas estiradas que usan todos esos protocolos.

—No es así. Solo que es imprudente hacer algo como eso en un lugar tan importante e histórico.

Él suelta una risotada.

—¿Qué mierda? Ya lo eres.

—¿Ser qué? —pregunto confundido.

—Eres una damita estricta de los estados unidos que procura más este lugar.

Siento el calor subirme a la cara. Deduzco lo que mis estilistas piensan cuando cruzan miradas implícitas entre sí. No conocen bien nuestra relación y se apresurarán a juzgarla, no quiero que piensen mal de Julián o de mí. Ya han escuchado suficiente.

—Déjenos a solas un momento, por favor.

Ellos responden y se apresuran a salir.

—Es una broma tonta —dice el omega—. Has perdido el humor.

—El humor funciona bien si un grupo de personas lo comparte. De lo contrario es un chiste, uno personal y sin sentido. —Tomo la brocha y continúo difuminando el polvo traslúcido—. Incluso ahora solo te protegía de pensamientos erróneos.

—Hago chistes personales porque te parecen divertidos.

—A mí, no a ellos. Estas personas piensan otra cosa, no puedo hablarte como siempre con ellos aquí.

—¿Y eso qué importa? Son tus empleados —responde irritado—. Tú eres el que manda. Si quieres callar a esas perras lo harás, y hablarás sin filtros...

Asiento la brocha en el tocador.

—No te permito que te refieras a ellos de esa forma —expreso con molestia—. No te han tratado mal como para que los insultes.

—¿Qué? —Veo que se pone en pie—. ¿Quién mierda eres tú?

—Julián sabes que estoy acostumbrado a tu manera de ser, pero no me agrada que hables así de mis estilistas. No te han hecho nada.

—Bien, fue mi culpa —acepta—. No pienso claro cuando me molestas. Y esto me molesta. No la gente que te atiende, sino tu forma rara de comportarte. Unos meses sin vernos y ya te comportas todo correcto y decente como una antigua primera dama.

—¡Porque lo soy! —estallo poniéndome en pie—. ¡Soy la maldita primera dama y debo de comportarme igual que una!

Julián me admira en silencio, perplejo con sus ojos azules bien abiertos. Suelto un suspiro al darme cuenta como he reaccionado.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora