22. Luna de miel

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(Leer la noticia en la imagen de la mitad del capítulo, es importante para la trama)

Me pierdo la maravillosa vista del viaje hasta Portofino, ya que la sensación de estar en el aire es suficiente para marearme, y aún peor con los estragos de la noche anterior. Cuando el conductor nos anuncia que estamos por aterrizar, finalmente me animo a dar un vistazo por la ventana del helicóptero. Contemplo con asombro el resplandeciente yate que se extiende de forma majestuosa sobre las aguas cristalinas del puerto.

Dijeron que era un yate, pero luce más como un crucero personal.

Detengo mi inspección al sentir de nuevo el dolor punzante en mi cabeza, cierro los ojos y acomodo de vuelta mis lentes para evitar la luz solar. Siento el helicóptero descender hasta la cubierta del yate y, solo cuando por fin aterriza, puedo soltar un suspiro de alivio.

—¿Te sientes bien? —pregunta el presidente a mi lado.

Asiento con la cabeza, mi pulso está alterado y a pesar del frío que se cuela por la ventana, me siento sudar.

—No volveré a mezclar estas experiencias dos veces —susurro para mí mismo—. Siento que todavía estoy dando vueltas.

Agacho la cabeza respirando profundamente, el olor del mar cala en todo mi cuerpo y me despierta un poco. Es agradable.

—No es tierra firme, pero es mejor que estar arriba —su voz ahora me llega desde el otro costado. En algún segundo ha bajado y ahora ya está de pie esperándome.

—No creo que el movimiento de las olas sea mejor.

Acepto la ayuda tomando la mano que me extiende y me pongo de pie, apenas lo hago, siento un pequeño dolor en el tobillo.

—Ten cuidado con tu pie —advierte al verme quejar—, ¿aún duele?

—Ha disminuido mucho. —Su intención de tomarme es clara, pero quiero evitarla—. No se me dificulta caminar. Yo puedo...

Su acto de sostenerme de la cintura para luego dejarme en el suelo llega más rápido que mis palabras a sus oídos.

—Podía solo —reprocho.

Trato de recuperar el equilibrio para salir de su apoyo, sin embargo, el mareo no tarda en provocarme un tambaleo. Por suerte él reacciona y me sostiene.

Casmichel me mira con una mezcla de preocupación y diversión, una sonrisa ligeramente burlona curva sus labios. Aunque su expresión sigue siendo en gran medida impenetrable.

—No lo parece.

—Como sea. Siento que moriré de sed —digo para cambiar la conversación—. ¿Cuándo se me quitará esto?

—En unas horas, tal vez... —El alfa me hace caminar hacia el interior del yate—. Si comes y te recuestas se te quitará más rápido. Tomemos el desayuno antes de que bajes al dormitorio. Duerme un rato si gustas.

Me retiro los lentes de sol y el color regresa a mi vista. El lobby es exuberante, las sospechas que hice a fuera son aplastadas por la inmensidad del sitio.

—Bienvenidos señores Casmichel. —Una agradable mujer de servicio nos recibe, lleva un traje azul marino con una mascada en su cuello y un gafete al costado donde tiene su nombre—. Soy Alisson, la jefa del servicio que los atenderá este fin de semana. Nos encontraremos en los rincones más cercanos para atenderlos y procurar su excelente estadía. Los desayunos se servirán pronto en el comedor. Se ha preparado alimentos de acuerdo al gusto de ustedes. Si requieren algo más en este instante lo pondré a su disposición.

—De hecho, mi esposo se encuentra con una terrible resaca. Si pudieran ayudarme trayéndole algo para el malestar sería suficiente por ahora.

El alfa me acaricia el brazo y yo sonrío.

El esposo del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora