CAPÍTULO 11. Visiones en la nieve

128 8 2
                                    

Conocía muy bien ese lugar, porque estaba exactamente igual que cuando él lo había recorrido cinco años atrás, aunque el paisaje del fondo hubiese cambiado. No había ningún castillo en el horizonte y los bosques eran mucho más frondosos, extendiéndose por todo lo que en sus tiempos era la llanura del reino. Incluso el bosque de los espíritus era igual de verde, evocando ese misterio que tanto le había atraído al divisarlo por primera vez. También había pequeñas poblaciones en el horizonte, pueblos cuyos últimos restos ya se habían deshecho en el presente. El volcán de la cordillera Eldin estaba activo, con un halo de denso humo rodeándolo.

Sobre aquel pequeño risco, Zelda contemplaba las vastas tierras del reino de Hyrule. Tras ella, Sonnia y Rauru permanecían en silencio. El Santuario de la Vida había sido construído en una cueva que ya existía en esa época, porque Link distinguió una gran grieta detrás de la pareja. No hablaban entre ellos, pero se podía imaginar la enorme confusión que sentían con la repentina aparición de aquella chica. También había dos caballos cerca, esperándolos con paciencia. Debían haber subido allí tras haberse encontrado con Zelda, probablemente por petición suya.

–Zelda... –susurró Sonnia. Avanzó hacia ella y le puso la mano en el hombro –Anochecerá pronto, y no puedes quedarte aquí tú sola. El bosque es peligroso.

–No, tengo que volver –se rebatió ella–. Vo...vosotros no lo comprendéis...

–Tranquilízate. Todo va bien. No pasa nada.

Entonces ella se fijó en el adorno que Sonnia llevaba en el cuello, una rara pieza en la que Link ya se había fijado en su primera visión. Se apretó la túnica a la altura del pecho, sintiendo la piedra secreta sobre la piel.

–Eso...eso es...

–¿Ya lo has visto antes? –preguntó Rauru. Agitó su propio brazo, que tenía otra piedra muy similar incrustada en una especie de brazalete, en el centro, la misma que tenía Link.

Zelda se aferró a Sonnia sin apartar los ojos de la gema. Sus piernas le fallaron y acabó sentada sobre la hierba.

–Rauru, está muy asustada. Debemos llevarla a casa cuanto antes.

–Así que esta es la era en la que se fundó el reino de Hyrule... –dijo, para sí misma.

–Zelda –Rauru se adelantó despacio, agachándose frente a ella–. Queremos ayudarte, pero tienes que contarnos todo lo que te ha pasado.

Sonnia sostuvo las pequeñas manos de Zelda entre las suyas, presionándolas con suavidad.

–Rauru...

–Sí, ya, lo sé.

–Es mejor que nos marchemos. Ha sido una mala idea subir hasta aquí. Rauru, no puede levantarse.

El zonnan la cogió entre sus brazos. Zelda tenía los ojos muy abiertos, como si hubiera visto una aparición. En cambio, su gesto estaba rígido. Se alejaron hacia los caballos.

La escena cambió y de pronto se vió en un lugar completamente nuevo; en el interior de una gran estancia. Era más grande que toda su casa de Hatelia y casi tanto como la soledad que Link sentía al verse allí, viendo todas aquellas imágenes de las que no formaba parte pero que, de alguna manera, llegaban hasta él.

El cuarto estaba bellamente decorado, igual que la habitación de la princesa en el palacio. En la cama estaba Zelda. Sobre su cabeza había un enorme dosel con finas cortinas. Al otro lado, grandes ventanales rodeaban la estancia, que tenía una estructura semicircular. El viento entraba a través de un balcón también semicircular con barandilla de mármol blanco, sostenida por columnas abalaustradas. Era una noche despejada y Rauru y Sonnia charlaban en voz baja, con Sonnia observando a Zelda desde la distancia. No apartaba la vista de ella, como si temiera que fuese a desaparecer.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora