CAPÍTULO 1. La llegada a Kakariko

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Caía.

La sensación a la altura del estómago era liviana. Se sentía como una pluma deslizándose suavemente hacia el suelo. Era casi como un susurro, como si alguien estuviera cantándole una nana en el oído.

Abrió los ojos y la luz del sol le cegó. Se dió cuenta de que no estaba deslizándose hacia el vacío de forma lenta, sino más bien todo lo contrario y era lo normal, porque él pesaba mucho más que una pluma. Era una persona adulta, y las personas adultas pesan bastante. El suelo se acercaba a toda velocidad, pero todavía estaba lejos. Se relajó sintiendo el aire revolver su pelo suelto, los pájaros volando a los lados, el sonido de una tormenta a lo lejos.

Pero se estaba cansando ya. Quería que su bajada en picado terminara, y fue entonces cuando se dió cuenta de que su paravela había desaparecido. No había manera de evitar que terminara estampándose contra el suelo. La tranquilidad fue sustituída por el horror, y gritó y gritó, antes de cubrirse la cara con los brazos en un vano intento de amortiguar la caída.

Link se incorporó de golpe. El corazón estaba a punto de salirsele por la boca. Se agarró la túnica a la altura del pecho con fuerza y tardó un momento en darse cuenta de dónde se encontraba. La habitación de la posta estaba muy oscura, con las brasas de la lumbre a punto de morir. A pesar de la cantidad de gente hacinada, compartiendo ese espacio, hacía una noche fresca, aunque él sudaba como si volviera a estar en la entrada del bazar Sekken a mitad de un día especialmente caluroso.

Se preguntó si habría hecho algún sonido que hubiera molestado a los demás, pero todo el mundo parecía dormir. El hombre de al lado roncaba con energía. Se rascó la cabeza mientras su mente comenzaba a funcionar. Otra vez aquella maldita pesadilla. Nunca llegaba a acostumbrarse. Había olvidado las veces que había soñado con eso en los dos últimos años. Le recordaba a la típica sensación que uno tiene cuando está medio dormido y le parece que se está cayendo de la cama.

Esperó durante un rato largo hasta que por fin, su pulso se reguló. Se había desvelado, así que se levantó silenciosamente del lecho. Se acercó a las brasas y arrojó sobre ellas un par de troncos para tratar de avivar las llamas. Sentándose frente a la chimenea, alejó de sus pensamientos sus sueños sobre caídas y alturas y se centró en otros temas que también le preocupaban, como su llegada a Kakariko al día siguiente.

Hacía muchos meses que no pasaba por allí, más de un año de hecho. La última parada de un agotador viaje que se terminaba. Durante algún tiempo, había deseado que aquel último punto de avituallamiento llegara por fin, porque estaba harto de ir sólo de un lado a otro y, sobre todo, de hablar con gente, de parecer diplomático, de ser lo que Impa llamaba "un hombre civilizado".

Por otra parte, de buena gana se habría enfrentado en ese instante con una manada de centaleones con tal de no llegar nunca a Fuerte Vigia. Le aterraba pensar en ese momento más de lo que jamás admitiría, ¿Seguiría Zelda enfadada con él? ¿Qué haría cuando le viera aparecer? ¿Le enviaría a hacer más viajes? ¿Le necesitaría la princesa para algo? Qué estupidez, por supuesto que no. Ya no le necesitaba.

Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo y decidió volver a la cama. Por lo que parecía, quedaban horas para que amaneciera y aunque por un instante pensó en ensillar a Epona y largarse de allí a la aventura, la perspectiva de adentrarse en el cañón de Kakariko completamente a oscuras y medio dormido terminó de convencerle de que no era buena idea, así que se dejó caer otra vez en la cama y contempló la lona del techo.

Así fue como la mañana le alcanzó, casi de pronto. Desde los primeros momentos del amanecer, era común que los viajeros se pusieran en movimiento e hicieran ruido en la taberna de la posta. Link estaba acostumbrado a despertarse al mínimo sonido, y aunque en los últimos tiempos había ido relajando aquella manía, aún tenía el sueño ligero, así que se levantó con las primeras voces. Terminó de recoger sus cosas medio a tientas y dejó las alforjas preparadas en el establo antes de comer algo y recorrer las últimas leguas hasta el pueblo. Al entrar en la taberna, las murmullos se apagaron. Nunca se habituaría a que la gente le reconociera y señalara, y eso que no había ni un solo lugar en todo Hyrule en donde eso no pasara. Probablemente era la persona más famosa del país, junto con la princesa, por supuesto.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora