CAPÍTULO 23. Aquí y allí

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Todos estuvieron de acuerdo en que la mejor forma de bajar de las islas celestes era recuperar la paravela de Link, ya que Sidon no encontró ninguna cascada, y tampoco tenían material suficiente como para construir algo que les sirviera con ese propósito. Por supuesto, Tureli era el único capaz de realizar tal hazaña y de hecho sólo necesitó descansar durante unas horas antes de estar preparado para marcharse a Hatelia. Link les habría escrito una carta a los científicos poniéndoles al día de la situación, pero había perdido todas sus cosas, así que el orni también quedó encargado de dar las buenas nuevas.

La desaparición de su bolsa le hacía estar de muy mal humor. Aunque le daba rabia haber perdido la tableta de Prunia, pese a que no le daba mucho uso, su frustración no era nada comparada con la que sentía por el diario de Zelda. No solo tenía allí recogidas con detalle todas las visiones de los glifos zonnan, su investigación en la ciudadela gerudo y el poema; allí también estaba la nota que le había dejado Zelda para dársela con la túnica y sus escritos y descubrimientos sobre Hyrule, que tan meticulosamente había ido anotando durante tantos años.

La alforja de Link no era lo único que se había traspapelado; la cimitarra de Riju, el arco de golondrina de Tureli y todas las provisiones y los mapas se habían caído de la cesta. Lo único que les quedaba eran algunos trozos de lona y hierro, a falta del resto de la estructura del globo que debía haberse perdido en la selva de Farone. Con suerte no habría dado un susto de muerte a algún incauto. La matriarca gerudo se había tomado bastante bien la pérdida de su arma legendaria y Sidon al menos conservaba la suya, pero Tureli se había ido aún muy enfadado.

Pese a las decepciones, se mantuvieron entretenidos mientras esperaban el regreso del orni. Al fin y al cabo, no todos los días tenía uno la ocasión de visitar un sitio de leyenda como aquel. Había al menos veinte islotes de diversos tamaños. Algunos estaban aún conectados a través de escalinatas y puentes y otros permanecían aislados del resto desde siglos atrás. Todos tenían muchos más recovecos de los que parecía, a juzgar por los túneles que también los perforaban por dentro y cuyas entradas aparecían en los lugares más insospechados; tras una roca grande o incluso en el interior del tronco de un árbol llamativo, como si fuera posible que la fauna de ese sitio sobreviviera durante miles de años. Los pasajes discurrían entre lo que parecían ser restos de viviendas y edificios más importantes, tal vez públicos, sin contar el laboratorio, que era el más grande de todos. La mayoría estaban tapiados o habían sufrido desprendimientos. Sin embargo, encontraron un par que todavía eran transitables.

Tardaron un día entero en recorrer la isla central. Todo lo que había allí rezumaba espiritualidad y belleza y a Link le habría encantado inmortalizarlo todo y hacer un mapa de la zona o trazar la silueta de los islotes principales al menos. Pensó en ese estúpido mapa durante mucho tiempo, pese a que hacía años que no hacía ninguno. Esas son las típicas cosas que pasan cuando pierdes algo a lo que en realidad nunca has dado demasiada importancia, que de pronto te parece muy necesario.

Pese a las diferencias en la fauna y la flora respecto a la que había en el continente en ningún momento pasaron hambre ni sed. Los árboles dorados estaban cargados de frutas exóticas y manzanas lustrosas y doradas cuyo jugo les estallaba en la boca nada más morderlas. También había setas azules que brillaban en la oscuridad, matas llenas de tomates rojos como la sangre y rábanos silvestres que crecían a los dos lados de los baldaquinos y que estaban tan maduros que salían de la tierra solo con tirar un poco de los tallos. Los bosquecillos estaban repletos de animales pequeños, sobre todo conejos y roedores, así como aguiluchos, halcones, gorriones y estorninos; incluso encontraron patos y garzas habitando algunas de las zonas más pantanosas. Los laguillos estaban coronados con juncos y nenúfares que parecían estar siempre en flor.

La segunda noche cazaron un par de conejos gracias a la pericia de Link, que con una de las cuerdas que habían quedado del globo y un palo flexible consiguió fabricar un arco más o menos funcional. También fabricó algunas flechas afilando unos palos con la espada. Asaron los animales sobre el fuego. Esa primera comida verdaderamente contundente después del viaje en globo les revolvió el estómago por la falta de costumbre. Lo más prudente habría sido ingerir algo ligero y, de hecho, primero decidieron comer solo el conejo, pero cuando Sidon apareció con unos cuantos peces no pudieron resistirse a prepararlos. Al final, comieron hasta reventar.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora