CAPÍTULO 24. Puñales por la espalda (parte 1)

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Aunque la mañana había sido muy agradable, poco a poco el cielo se fue encapotando y cuando Link por fin se encontró en el puente de Faroria, estaba ya completamente cubierto. La posta del lago había cambiado mucho; primero, porque ahora estaba rodeada de vallados llenos de ganado y, segundo, porque estaba a reventar de gente.

Jamás se habría imaginaba a toda esa multitud habitando la que había sido una de las postas más solitarias de todo el reino. La selva era un sitio poco frecuentado por viajeros, aunque una parada habitual de los comerciantes más experimentados, que llenaban sus cargamentos de productos exóticos de la región para sacar un buen pellizco por ellos en el resto de poblaciones.

Ahora todos estaban mezclados: prestamistas, ganaderos, charlatanes, magos y avispados vendedores que practicaban el trueque al abrigo de sus tenderetes, alejados de ojos indiscretos. Otros gritaban las mercancías que llevaban, buscando atraer la atención de posibles clientes. El muchacho recorrió los alrededores esquivando chapuceras construcciones, monturas y personas. Parecía que muchos estaban instalados allí de manera permanente. Había hasta familias enteras, llenas de niños correteando entre sus piernas. El ambiente era extraño; lo mismo se escuchaban susurros que risitas inocentes. Un llanto de bebé llegaba de alguna parte. Había tensión y, a la vez, esparcimiento en las conversaciones. La vida debía continuar a pesar de las penurias.

–¡Link! –Tureli y Riju le salieron al paso enseguida. Habían acordado encontrarse allí. La matriarca no disimuló el alivio que sintió al verle aparecer de una pieza–. ¡Has tardado mucho!

–Lo siento. Caí un poco más lejos de lo que esperaba. ¿Sidon?

–Está dentro haciendo amigos– dijo Riju.

–¿Qué pasa aquí? ¿Todo esto es por los piratas?

–Sí, eso parece. No creo que tengamos sitio para dormir. Esto está llenísimo –no es que fuese un impedimento; estaban más que acostumbrados a dormir bajo las estrellas.

Echaron a andar hacia el interior de la posta. Algunos les observaban, pero nadie se dirigió a ellos por el momento

–Por cierto. Respecto a Sidon tengo algo que...

–¡Link! ¡Ya estabas tardando! ¿Veis? ¡El príncipe de los zora no miente! ¡Aquí está el héroe de Hyrule, tal y como os prometí!

–...decirte.

La advertencia de Riju no llegó a tiempo. Sidon debía de haberse encargado de contarles a todos que estaba a punto de llegar. Les había pedido que fuesen discretos, pese a las complicaciones derivadas de parecer "una compañía de circo" tal y como les había bautizado Riju unas noches antes. Los presentes le vitorearon cuando puso un pie en el interior de la estancia. La sala estaba a reventar y olía a humo y a sudorosa humanidad.

–Lo siento –escuchó decir a la muchacha por encima de la multitud, aunque no disimuló su sonrisa cuando algunos empezaron a acercarse y a alabar a las diosas, tal y como habían hecho los habitantes de la meseta de los albores meses antes. Él le lanzó una mirada de socorro, pero ya era demasiado tarde.

–¡Amigo mío! –exclamó Sidon, acercándose junto con el resto. Los zora eran tan altos que hacían parecer diminutos a los hylianos. Su cabeza en forma de martillo resaltaba bajo la lona de la tienda–. ¡Esta gente tiene problemas y ya les he dicho que los vamos a solucionar!

–¡El príncipe zora y el héroe reunidos en mi posta! –el dueño casi sollozaba de la emoción desde el otro lado de la barra. Cuando Link consiguió llegar librándose de todas esas manos ya tenía delante suyo una pinta y un cuenco de caldo humeante. El chico miró acusadoramente a su amigo, pero Sidon estaba demasiado entusiasmado como para percatarse. Riju se quedó en un discreto segundo plano. Todo el mundo siempre pensaba que llegaba a los sitios enviado por las diosas, cuando en realidad pasaba por allí casi por casualidad la mayor parte de las veces.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora