CAPÍTULO 16. El héroe de Hyrule

156 16 19
                                    

–Me parece que has cometido un error.

Silencio.

–No tendrías que haberte ido tú solo.

–¿Tenías alguna idea mejor?

–Sí, quedarte con ellos.

Link resopló, mientras se frotaba los brazos intentando entrar en calor. Desde que había salido del cañón gerudo no dejaba de llover.

No era una lluvia torrencial ni tampoco una tormenta, era más bien una lluvia intermitente y que se colaba a través de la capucha y la túnica; "calabobos", como solía llamarlo Rotver. Ni siquiera haberse refugiado bajo un bosquecillo en las inmediaciones del lago Kolomo le libraba de la sensación de llevar empapado muchas horas, lo que le hacía estar de muy mal humor.

–Si tenías algo que decir, podrías haber aparecido antes.

Rauru no respondió. Link intentó pelar unos higos, los pocos que le quedaban todavía de su viaje al desierto, pero tenía los dedos tan entumecidos que terminó metiéndoselos enteros en la boca. Así tampoco estaban mal. Mientras tanto, el zonnan continuó allí, contemplándose impasible. Parecía decidido a sacarle de quicio.

–¿Qué? –preguntó, al final. No quería darle esa satisfacción a Rauru, pero la infinita paciencia que siempre le había caracterizado estaba bajo mínimos.

–Link...

–Déjalo ya– interrumpió–. Están mejor sin mí.

–Les salvaste la vida.

–Ya –le parecía que había ocurrido hacía años y sólo habían pasado unos pocos días–. Pero de no ser por mí Tureli no habría terminado encerrado. Tú me dijiste que podría luchar contra la malicia y no; no puedo. Ya has visto lo que pasa. No quiero que esté cerca de mí. Ni él ni nadie. Fue un error dejar que me acompañara.

–La gente sabe tomar sus propias decisiones.

–Es solo un niño.

–¿Cuántos años tenías cuando ingresaste en la academia?

–No es lo mismo– paradójicamente, era una comparación poco acertada porque él no se había apuntado a la academia por propia voluntad. Tampoco es que no quisiera hacerlo; su padre le había acompañado a alistarse sin que nadie le preguntara.

Rauru se cruzó de brazos.

–Bueno, ¿qué más da? De verdad, cuando viajo solo es porque quiero estar solo. ¿Ni siquiera así me puedo librar de ti? –empleó el tono más desagradable que fue capaz. Aún así, sabía que nada de lo que pudiera decir ofendería al zonnan lo más mínimo.

Se terminó los higos mientras se concentraba en el sonido de la lluvia. Las gotas resucitaban la hierba seca y ayudaban a las flores a brotar. Aunque aquel bosque estaba lleno de manzanos, alguien debía haber dado buena cuenta de los frutos porque solo quedaban los más altos y no le apetecía ponerse a escalar. Echó un vistazo a Epona, que pacía a unos metros de allí. Estaba cansada después de tantos días de viaje, pero Link estaba seguro de que prefería estar allí con él que encerrada en cualquier establo. Por un momento se preguntó si Brisa ya estaría de vuelta en el Fuerte. Después, giró la cabeza hacia los restos de las enormes murallas que rodeaban la meseta de los albores.

Debían de medir al menos cuarenta o cincuenta varas de altura. La arquitectura no era zonnan. Aún así, existía desde mucho antes de que Link naciera, cuando en lo alto de la meseta había una enorme y majestuosa ciudad. Cuando era niño aún había un asentamiento importante, pero para nada tan impresionante como el que describían las viejas historias. Desde el fin del cataclismo se habían instalado algunos núcleos de población nuevos, aunque aún no se estaban reparando las murallas.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora