CAPÍTULO 26. Furia sheikah

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–Link, cuéntanos una historia del caballero y la princesa.

–Ya te dije que no me sé ninguna.

–Es que eso es imposible.

Link refunfuñó algo para sí mismo y se apartó de la luz de la llama.

–Yo os puedo contar una –dijo Riju, antes de que Tureli siguiera insistiendo. Arrojó el corazón de la manzana que se acababa de comer al fuego–, aunque seguro que no soy tan buena como tú.

–Da igual.

–Vale, vale. Yo os lo he advertido. En fin, esta es una historia de miedo.

–¡Esas me encantan!

Riju sonrió. Las sombras proyectadas en su cara le daban un aspecto extraño.

–Había una vez un sacerdote hyliano que vivía en la falda de la montaña de Lanayru, en un pequeño pueblo con unos doscientos habitantes. El sacerdote en cuestión era muy aficionado a la caza, tanto que poco a poco fue descuidando sus labores como clérigo. Cada día transcurría de igual manera para él; se levantaba temprano por la mañana, se encargaba de adecentar el templo, hacía la ceremonia de purificación junto con sus aldeanos y dedicaba el resto del día a cazar y a despedazar animales.

–Qué agradable visión –comentó Sidon.

–¡Sh! –dijo Tureli. Sus ojos brillaban, anaranjados contra la oscuridad–. Sigue, sigue.

–Lo que más le gustaba cazar eran conejos blancos, ¡le pirraba encontrarlos y matarlos antes de comérselos crudos! Y cuanto más gordito mejor.

Link se imaginó la imagen, acompañada por la siniestra y fingida risa de Riju. La verdad es que era una buenísima intérprete, por mucho que se hubiera disculpado de antemano. Hasta fingió comer un conejo muerto imaginario.

–Poco a poco su obsesión fue creciendo más y más hasta que ocupó todos sus pensamientos. Aún así, el sacerdote conseguía fingir frente a sus fieles; haciendo su ceremonia diaria como si nada. Aquello, sin embargo, llegó a oídos del mal, que como sabéis, tiene ojos en todas partes. La calamidad empezó entonces a planear la forma de terminar de corromper al clérigo, hasta que se le ocurrió una idea brillante.

Riju se frotó los dedos y Link se imaginó a un toro gigante hecho de malicia sentado frente a una mesa y haciendo el mismo gesto.

–Así, una buena mañana un conejo blanco apareció en la puerta abierta del templo justo en medio de la ceremonia. El sacerdote se quedó extasiado ante esa visión– Riju se puso en pie para representar mejor su papel–. Era el animal más perfecto que os podáis imaginar, esponjoso e impoluto y además con una buena cantidad de carne, ¡el hombre no pudo soportarlo y salió corriendo detrás! –teatralizó una breve carrera en torno a la hoguera.

–¿Y después?

–Nunca nadie más supo qué había sido del sacerdote hyliano. Los fieles que habían sido testigos de lo que había pasado difundieron la noticia. Le buscaron por todas partes sin éxito– Riju movió las cejas–. Se dice que las noches de luna carmesí puede verse por la ladera de la montaña a un extraño jinete sobre un caballo negro y persiguiendo un conejo blanco, con los ojos rojos reflejando el fuego del mismísimo infierno. La leyenda también cuenta que la maldición se romperá el día que el sacerdote sea capaz de abandonar su cacería y regrese al templo a terminar la ceremonia que dejó a medias.

–¡No ha dado nada de miedo! –exclamó Tureli, aunque por su expresión Link supo que le había gustado.

–Pues cuando me la contaron no pude dormir durante días, ¡Hasta me pareció ver al jinete saltando las dunas del desierto detrás del conejo blanco! ¡Lo prometo!

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora