CAPÍTULO 33. ZAS

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La noche cayó muy rápido sobre la región, y con ella, toda la ciudad se llenó de luz y brillo, como si estuviera hecha con la misma materia que las lejanas estrellas del cielo. También empezó a crecer la animación. La recepción de invitados era el acontecimiento más esperado de la boda junto con la ceremonia de la unión; con la entrega de los regalos a los novios y una cena de gala con orquesta y baile. La boda sería al día siguiente.

El salón principal del palacio había sido engalanado para la ocasión. Ya desde el pasillo anterior las lámparas destellaban alegres, y las columnas estaban vestidas de bellas guirnaldas trenzadas con flores. Riju no había dedicado demasiado tiempo a prepararse. Se había vestido, eso sí, con una túnica roja (el color de la buena fortuna para las gerudo) que le llegaba hasta los pies, con las mangas acampanadas hasta los codos. Portaba algunos de sus brazaletes más suntuosos, junto a la corona de gala, de oro y rubíes. También llevaba un maquillaje ligero, ya que la humedad no permitía nada más y en el fondo lo agradecía, porque se había acostumbrado demasiado a llevar la cara lavada y ahora valoraba lo que era no pasar horas delante del espejo siendo embadurnada de potingues y más potingues cada mañana antes de la audiencia matutina.

–¡RIJUUUU!

Al fin, el ser al que más deseaba ver, apareció como un torbellino por el pasillo, donde todos los invitados hacían cola pacientemente, esperando a ser anunciados para entrar en la sala de baile.

–¡Tureli!

Adine se tuvo que apartar para que el orni no se chocara contra sus poderosas piernas. Ella conservaba la armadura gerudo característica y llevaba hasta el casco cubierto de oro en la cabeza. Riju había insistido para que se dejara de armaduras, se arreglara y tratara de divertirse, pero su guardiana no entendía de esas cosas.

Los dos se abrazaron con alegría.

–Déjame que te vea, ¡has crecido mucho!

–¿¡De verdad?! –Riju se alejó unos palmos, sin soltar sus brazos emplumados. Lo cierto es que Tureli estaba muy elegante con la faldilla de gala típica de los orni, decorada con vivos colores y motivos tribales en el bajo y también con plumas que intercambiaban entre ellos a modo de trofeo. Además, observó que llevaba entre las plumas de la cabeza los anillos gerudo que ella misma le había obsequiado por salvarla de la guarida del clan Yiga meses atrás–. ¡Tú vas guapísima!

–No me hables, esto es incomodísimo.

–¡Riju, que alegría encontrarte aquí! –Teba se adelantó junto con su hijo y se inclinó frente a la matriarca. Ella hizo lo propio, igual que Adine–. Tenía muchas ganas de verte para darte las gracias en persona por cuidar de Tureli. No ha parado de hablar del viaje desde que volvió.

–Tureli sabe cuidar de sí mismo perfectamente. De hecho, soy yo la que está agradecida. Me salvó en una ocasión, cuando el clan Yiga me hizo prisionera.

Teba sonrió.

–¡Mira, Riju! –toquiteó el arco de madera que colgaba de su espalda–. ¡Me han hecho un nuevo arco de golondrina!

–¡Al fin! Espero verte utilizarlo mañana en el concurso de tiro. Estoy segura de que los ganarás a todos. Teba, vuestro hijo es increíble.

–Uno de los mayores orgullos que puede sentir un padre es que su hijo sea capaz de superarlo en todo, y Tureli lo ha hecho en tiempo récord.

–Papá... –había pocas personas que fueran capaces de sacarle los colores a Tureli. Sin duda Teba era una de ellas.

–Uy, Tureli. No sabía yo que eras tan modesto –el orni la golpeó el brazo sin ninguna consideración.

La Leyenda de Zelda: Las Lágrimas del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora