Capítulo 2

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Caminando en aquella dirección, sigo el olor a humanos por entre el espeso bosque que rodea a Lontar, y tras algunos minutos logro salir de el. Al alejarme del bosque, encuentro un sendero de tierra y lo sigo en silencio. El olor a comida humana y a ganado rápidamente inundan mis fosas nasales.

Mientras me acerco, veo una aldea allá al final del camino. Ahora recuerdo que había venido aquí hace mucho tiempo, lo bastante como para olvidarme de que existía.

Miro a mis alrededores, habían muchas personas transitando por aquellas carreteras de tierra, algunos pastores con sus carretas con bueyes, cargando pacas de heno seco en ellas con sus perros pastores a su lado. Algunas mujeres hablando allá frente a los mercados, niños jugueteando y corriendo por doquier. En realidad se veía como un lugar muy tranquilo y lleno de vida... de una vida normal.

Continúo caminando por las carreteras del lugar, viendo el ambiente, solo observando todo a mi alrededor. Un olor un tanto dulce me llama la atención, por lo que frunzo mi entrecejo, tomo una derecha en la cornisa de una panadería y continúo mi rumbo hacia aquello. Mientras más me acerco, más aquel olor dulce y fresco se apoderaba de mis sentidos; me sorprendo al darme cuenta que provenía de una vieja choza allá fuera del camino.

Escondiéndome entre unos árboles delgados que habían a los alrededores de la propiedad, me arrincono de uno de ellos con mis brazos cruzados sobre mi pecho y solo observo. A través de una ventana, logro visualizar a una mujer de unos sesenta y tantos años colocando en el marco de aquella ventana abierta lo que parecía ser un pastel o una tarta de lo que creo yo son cerezas.

Siento curiosidad de el porqué este olor tan agradable me llamaba la atención, no en el sentido de que me abriera el apetito, ya que la comida humana o algo que no fuera sangre me repulsaba grandemente.

Recuerdo vagamente mi última comida antes de ser infectado por mi padre. Antes de que mi corazón se detuviera dentro de mi pecho, de que mis ojos se tornaran rojos y de que mi sed por este líquido rojo precioso fuera casi insaciable.

Puedo admitir que en todos estos siglos de vida, los pocos años que viví como un niño humano fueron los más felices de todos; pero, todo ello había quedado atrás cuando Gladimir decidió que el infectarnos era la mejor opción para nuestra familia... idiota.

Me quedo observando a aquella anciana, ésta alimentando a su gato mientras canta y tararea una canción desconocida para mí, pero a la misma vez agradable. Sonrío y siento como mi pecho se aprieta al recordar a mi madre, al ver su recuerdo plasmado en ella.

Suelto un suspiro y solo observo el panorama, a ella. Cuando de pronto, escucho un ruido proveniente de uno de los basureros. Volteo el rostro y miro rápidamente, un mapache alimentándose de los desechos que habían en el. Veo como la anciana gira el cuerpo dispuesta a mirar por la ventana lo que acá sucedía, por lo que prontamente corro a toda velocidad y me escondo tras un árbol de sauce.

Despegando mi espalda del tronco del árbol, decido que ya es hora de irme a casa, razón por la que dirijo mis pasos hacia el castillo. Tras algunos minutos de andar, llego frente a la puerta principal, los guardias me permiten pasar y procedo a adentrarme al lugar. No bien mis pies pisan el interior del castillo, escucho la voz de aquel a quien le tengo aprecio pero a la misma vez me dan ganas de darle un buen puñetazo en buenas ocasiones.

—Mi señor, estaba esperando su llegada. —Veo a Leopoldo venir en mi dirección, justo frente a mí. Yo suelto un suspiro.

—¿Qué sucede Leopoldo? —Continúo mi rumbo, él se detiene, espera que pase por su lado para luego comenzar a caminar junto a mí.

—Es que quería preguntarle una cosita. —Veo con la esquina del ojo como juega con los dedos de sus manos, nervioso. Yo sigo mi andar y tomo una derecha en dirección a mi alcoba. —Sabe que mi señor Rey le dijo que en Vontrom había más movimiento verdad... —Le miro y alzo una ceja, no se a dónde quiere llegar con todo este rodeo. —Bueno, se está rumorando por los pasillos que Aramis está viva. —Una vez aquellas palabras salen de la boca de Leopoldo yo me detengo en seco, giro mi cuerpo y le miro fijamente. Éste mete su cabeza entre sus hombros y me mira con temor.

Heron Wolfrahan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora