Capítulo diez: Feliz cacería

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Shanks

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Shanks

El silencio de Melody ha disparado mis alarmas, por eso, me he levantado de la cama a prisas.

Toco la lámpara blanca de la mesa de noche a mi extremo derecho, y me dirijo a mi armario. La intensa iluminación hiere mis ojos. He estado a oscuras después de todo.

De los cajones de la cómoda de cristal, saco unos bóxers grises y una camisa de algodón de color blanco. Me pongo la primera prenda tan rápido como puedo.

—¿Cómo que vendrás a verme? —cuestiona, y parece que se ha puesto nerviosa—. Son las diez menos quince.

Debo hacer tiempo para mantenerla en línea conmigo.

—Como lo has escuchado —declaro.

Acciono el comando que me muestra la pequeña pantalla táctil en la pared, para que gire el transportador de donde cuelgan mis cazadoras de piel y los vaqueros; tomo ambas cosas de color tan negro como mis botas de estilo combatiente.

—Calabasas está bastante retirado y...

—Y la hora no es ningún problema para mí —le interrumpo, mientras pongo el móvil en altavoz. Lo dejo sobre la cómoda de cristal—. ¿Qué hay de ti? —pregunto, ya que se ha quedado en silencio—. Aparte de tu hija, ¿hay alguien que te espere en tu apartamento? ¿Alguien que te impida verme en la acera frente al edificio donde vives?

Me pongo la camisa a prisas.

—No, pero... —suspira—. Shanks, no tienes que...

Escucho un ruido extraño, antes de que... Ha colgado. Mierda. Me ha colgado.

¿La he espantado? He jodido soberanamente la situación, ¿verdad?

Me quedo en sitio mirando la alfombra bajo mis pies. No. Me rehuso a que sea de este modo.

Debo meditar muy bien en mi siguiente movida. Si la llamo de nuevo, seguramente pensará que soy algún idiota intenso e insistente; y si no lo hago, creerá que yo no estaba tan interesado como se lo declaré.

¿Qué hago ahora? Mierda. ¡¿Qué debo hacer?!

Siento que he esperado una eternidad por conocer a esta mujer, y... No. No. No dejaré que todo se vaya al caño por un tonto desliz de mi lengua, ahora que finalmente tengo la oportunidad de hablarle, de acercarme a ella.

¿Todo se debe a que no negué nada acerca del tamaño de mi billetera? Bueno, tampoco puedo decir que haya sido una indiscreción de mi parte. No he dicho nada erróneo u ofensivo. Ella lo dedujo sola, aunque era obvio, ¿no?

No se lo tomó a mal cuando le dije que Uta, «una estrella en ascenso» —como lo describió con sus propias palabras—, es mi hija. A menos... Bueno, a menos de que se hubiese planteado que la de los dígitos en la cuenta bancaria fuese Uta, y no yo.

DÉJÀ VU ━━ [En curso] 《66》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora