17 -Toira

8 5 0
                                    

Me bajé del pequeño barco en cuanto llegamos a la costa. El marinero encajó la embarcación entre unos pequeños pilares y abrió las estrechas escaleras que conducían directamente a un minúsculo muelle que no me agradaba en absoluto.

—Gracias por traerme.

—¿Tienes alguna forma de volver, niña?

—No, por ahora, pero tampoco sé cuánto tiempo tardaré. No creo que me lleve mucho.

—Puedo pasarme por aquí al amanecer dentro de dos días.

—Bien, pero no estoy segura de que vaya a estar aquí. Imagino que el precio subirá aún más.

—No, se queda como está. Me conformaría con verte volver sana y salva. Escúchame bien, si algo sé de esta isla es que hay un pequeño pueblo a unos kilómetros al norte. Allí hay un hotel e incluso una taberna. Podrás preguntar allí o pasar la noche para descansar.

—¿No será peligroso?

—Todo en esta isla es peligroso, pero si vienes es por algo y sola no lo encontrarás.

—Supongo que tiene razón —dije, resignándome a la idea de arriesgarme.

—Conozco al dueño de la taberna, se llama Jerry. Dile que te envío yo, y quizás te ayude.

—De acuerdo, muchas gracias por la ayuda.

—No es nada. Llevar tanto tiempo en el mar sirve para estas cosas —contestó sonriente—. Mucha suerte, niña.

Acto seguido, recogió de nuevo las escaleras y desapareció en el mar. Me giré y avanzé por el muelle hasta dar con una pequeña playa.

La costa de la isla estaba envuelta en una espesa niebla que se extendía desde el mar hasta la arena. Las rocas y la arena apenas eran visibles, otorgando al lugar una sensación de aislamiento que me aterraba.

Avancé por la orilla, sintiendo cómo el frío y el aire me golpeaban en la cara, era incluso peor que estar en el barco.

No me sentía nada cómoda en medio de esa oscuridad y continué avanzando hasta llegar a un pequeño claro. Miré hacia adelante y solo vi árboles gigantescos que señalaban el único camino posible, sumergido en la total oscuridad.

No había más remedio que suspirar y ponerme en marcha. Al menos, me sentía descansada. Había estado veinticuatro horas sin trabajar y había dormido lo suficiente, lo que me mantenía alerta, algo que intuía sería esencial.

Sabía que iba a ser un viaje complicado, y así lo sentía en mi interior.

La caminata comenzó bajo los enormes árboles que formaban un techo de sombras. Era desagradable estar en un lugar así, ya que tenía que tener cuidado de no tropezarme debido a la poca luz, pues las hojas gruesas bloqueaban la mayoría de los rayos solares, haciendo que todo se viera oscuro. El aire olía a tierra húmeda y había un silencio tranquilo, solo interrumpido por el crujido de las hojas bajo mis pies, lo cual me inquietaba. No sabía si era por lo que sabía del lugar o si realmente me estaba asustando estar allí.

Después de caminar un rato, llegué a un sendero que conducía a una pequeña montaña. Miré a mi alrededor en busca de otra ruta, pero no la encontré. Así que, una vez más, me vi obligada a comenzar a escalarla. La niebla comenzaba a aparecer, envolviendo los árboles y aumentando mi inquietud. A medida que subía, la niebla se hacía más densa, pegándose a mi piel y ropa, dándome una sensación de humedad que dificultaba aún más mi avance.

La niebla podía ser peor, haciendo que la vista se volviera borrosa y limitada. El camino estaba marcado por piedras y raíces, y cada paso requería más atención para evitar tropezar, aún más que antes en la oscuridad bajo los árboles. Mientras ascendía, la sensación de soledad se afianzaba en mí. No había sonidos de pájaros ni el susurro del viento entre las hojas. Era como si la niebla hubiera envuelto todo; no sabía si eso era normal en la isla o simplemente había tenido la mala suerte de llegar en un día especialmente brumoso.

Los cimientos de la avariciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora