Capitulo 2

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"Te quiero, no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo." Gabriel García Márquez

Dicen que la curiosidad mató el gato, no obstante, esta frase también aplica a nuestro tigre, Terence Grahan Granchester. Quizás por ser de la misma familia de felinos o porque en su orgullo de macho irresistible, no podía entender como era posible que esa pequeña mujer le ignorara.

Y con toda razón le llamaba la atención, el saber qué le ocurría y por qué esa actitud contra el. La rubia de pecas en el rostro y nariz respingada había traído su atención al convertirse en un dilema y un reto descubrir por qué ella no caía a sus pies como todas las demás.

Quizás exageraba un poco en ello, pero jamás nadie le había hecho sentir invisible antes. Él conocía sus virtudes y estaba muy claro sobre sus atributos físicos y la gran billetera que venía como extra con él.

En medio del bullicio y el ajetreo del concurrido aeropuerto de Nueva York, se encontraba un lugar de refinamiento y elegancia que parecía sacado de una novela de época. Este rincón de distinción llevaba el nombre de FoundersCard, y su presencia destacaba en medio del caos moderno como un faro de la sofisticación de tiempos pasados.

El ingreso a este santuario de la elegancia comenzó con un portón de madera maciza, cuidadosamente tallado, que se abrió con un ligero chirrido que resonó en los oídos de la rubia, despertando todos sus sentidos. Al atravesar este umbral, se encontró con un espacio que recordaba a un elegante salón de baile del siglo XIX.

Sonrío de forma soñadora al traer a sus pensamientos su novela favorita: Orgullo y prejuicio y en especial a cierto personaje que adoraba.

Las luces tenues colgaban del techo alto, creando una atmósfera de intimidad y misterio. La madera oscura de los muebles y los detalles de latón pulido aportaban un toque de opulencia a la escena. Por un segundo se imaginó a sí misma siendo parte de aquella época junto a quien consideraba su Darcy en carne y huesos: Terry.

Los viajeros de negocios y emprendedores de todas las edades y procedencias se encontraban aquí, con un aire de importancia y determinación se movían de forma distinguida. Los trajes bien confeccionados y los vestidos elegantes se mezclaban con el zumbido de las conversaciones en voz baja y el tintineo de las copas de vino.

Era un lugar donde las mentes más brillantes de la época se encontraban para forjar alianzas y compartir ideas. Y ella, era quien menos encajaba en dicho lugar, ya que no solo había entrado días antes a la larga lista de desempleados de país; sino que, estaba muy segura que ni todo lo que poseía podía darle para pagar una sola hora en este lugar.

En el rincón más destacado del salón, se encontraba una imponente mesa de madera oscura. Detrás de ella, un mayordomo vestido con una chaqueta de librea blanca dispuesto a atender todas las necesidades de los distinguidos invitados.

«Era definitivamente como en esos libros de romance.», pensó dándose cuenta de que por primera vez, desde hace 20 días que Annie se mudó junto a Archie, no se había preocupado por sus deberes económicos y aquella carta de cierre de la compañía y despido masivo del personal de la revista.

Se fijó como Terry colocó en el centro de la mesa el objeto de deseo para muchos aspirantes a ser parte de la flor y nata de la sociedad neoyorquina. La tarjeta de fundador que otorgaba acceso a este exclusivo club. Delineó los detalles de la misma; su intrincado diseño y emblema dorado, era el símbolo de estatus y pertenencia a una élite selecta.

Así, en medio del ajetreo y el bullicio del aeropuerto de Nueva York, halló un oasis de elegancia y sofisticación en FoundersCard.

«Jane Austen habría encontrado en este lugar el escenario perfecto para una de sus novelas, donde el amor, la ambición y la intriga se entrelazan en un baile eterno de posibilidades y conexiones.», pensó alegrándose de tener nuevo material para su pasatiempo favorito: Escribir historia de ficción de su Darcy.

Boda en Las VegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora