Capítulo 8

692 61 34
                                    


Al ver a Terry el mundo se detuvo. Su cerebro dejó de funcionarle mientras

colocaba todas sus ideas en orden.

Su corazón latió a mil por hora mientras sentía un escalofrío desde los pies hasta la cima de la cabeza al ver como la observaba. Muy a pesar de todo esto, sus ojos recorrieron cada centímetro del joven.

¿Podría no ser tan atractivo?, se preguntó culpando sus hormonas; se había dado cuenta de que últimamente existían cambios en ella que antes no imaginó tener.

«Odio sentir esto», pensó si dejar de mirarlo a los ojos. Se regañó mentalmente y entonces recordó la habitación de hotel, sus reclamos y la humillación que sufrió por parte del castaño y fue como si un balde de agua fría cayera sobre ella.

Un montón de sentimientos encontrados comenzaron a bombardearla.

Deseó que desapareciera, que se abriera un hoyo y se lo tragara. Estaba molesta por la forma en que había reaccionado ese día frente a él.

Candy reunió suficiente valor para mirar a Terry de la misma forma que el lo hacía.

Desprecio. Quizás odio. Pero esta vez no se dejaría pisotear, el podría tener todo el dinero del mundo, no obstante, jamás volvería a humillarla.

—¿Qué quieres? —le preguntó directamente la rubia en un tono seco.

El silencio empezó a alargarse en aquel lugar.

Él la miró y sin pedir permiso se adentró al apartamento de la joven. Era mucho más alto que ella. Sus pisadas decididas y ese aire de arrogancia lo arropada. Se detuvo en medio de la sala, la cual llegó con tres zancadas y recorrió todo el lugar con su mirada.

Era más pequeño que su vestidor, no tenía nada que valiera más $100 dólares, juzgó dando vuelta a verla.

«Quizás esta es la razón por la cual me engaño: Dinero», pensó el hombre.

—¿Acaso te invité a pasar? —dijo cerrando la puerta y volviendo su cara a él.

—¿Así recibes al boleto gordo de lotería que compraste? —le preguntó de forma sarcástica.

—¿De qué estás hablando? —se movió un poco hasta quedar frente al hombre.

— Jamás imaginé que fueras tan mezquina —expresó mirándola fijamente— He conocido mujeres bajas y despreciable, no obstante, te llevas la corona.

— Si viniste a ofenderme, mejor vete. —exigió en un tono nada amigable. Estaba cansada física y mental de tantas cosas que le había ocurrido reciente, como para que hoy viniera Terry y le terminara de dañar el día.

— Déjame informarte que no todas las mujeres mueren por ti. —Arremetió molesta y cansada— Así que sal y no regreses. No tengo deseos de escuchar tus tonterías.

Dio unos pasó a trás, no quería estar cerca del castaño

— ¡Ja! Sí que eres sínica. –apuntó comenzando a acercarse más a Candy. Apretó sus puños, estaba frustrado, enojado y ahora molesto consigo mismo por lo que ella era y lo que deseaba.

Cuando Candy abrió la puerta sintió como su corazón latió fuerte y no por la ira que cargaba sobre sus hombros. A pesar de todos estos sentimientos y deseos de gritarle, no lo iba a negar que ella despertaba algo que no entendía.

Al estar cerca de la jovenpudo oler su aroma a rosas, por ello trató de alejarse caminado al medio de la sala. Algo en su presencia le abrumaba y en este momento necesitaba tener sus cinco sentidos despiertos.

Boda en Las VegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora