23. Monstruos

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Se había jurado a sí mismo nunca volver a estar en un lugar como ese.

Hace dos años enteros que no había tenido motivos para estar delante de aquella persona que ahora le causaba repulsión. Incluso recordaba el día que abandonó su oficina diciendo que quería cortar cualquier lazo existente entre él y la Mafia, y cuando Mori no lo detuvo, pensó que todo acabaría ahí.

Más equivocado no pudo estar.

—No has cambiado nada. Debo admitir que adquiriste algo más de contextura, aunque era de esperarse cuando se supone que no eres el mismo chiquillo de quince de esa época —mencionó Mori. Tachihara se hizo a un lado con rapidez y se puso de pie—. ¿Por qué tan alterado? ¿No estás feliz por ver a quien salvó a tu querido hermano de la muerte?

Tachihara sintió un nudo en la garganta. Odiaba cómo sonaban esas palabras saliendo de esa maldita boca. Pero lo que más odiaba era que lo que dijo era cierto, de alguna u otra manera, era tan cierto que le enfermaba.

—Yo trabajé para ti para poder salvarlo. No fue caridad, fue un intercambio. Un trato.

—Claro, porque en ese momento era demasiado sencillo para ti costear la atención privada en un hospital de renombre para una operación de alto riesgo —dijo con dejes irónicos—. Tú hermano resultó siendo todo un imprudente, y al final tú tuviste que pagar su desgracia para mantenerlo vida cuando solo podía respirar de un tubo. Dime, ¿cómo se siente eso?

Escuchar eso era volver al pasado. Se teletransportó sin querer a ese tiempo en el que pasaba día tras día delante de la habitación de su hermano, que yacía recostado en una camilla mientras una máquina lo mantenía vivo. Y si eso no fuera poco, recordaba la sensación que le quemaba en el pecho cada que lo veía después de regresar de haber empuñado un arma, después de haber derramado algo de sangre.

Todo lo había hecho por él, porque era su única familia, porque después de que le dijeran que tenía un coágulo en el cerebro supo de inmediato que no podría conseguir tan pronto una cantidad exuberante de dinero para pagar lo que el hospital requería, al menos no de una manera legal. Tuvo que recurrir a medidas drásticas y día a día se lamentaba por la decisión que tomó en ese entonces como si hubiera existido una mejor.

Le pudieron dar arcadas en ese mismo instante, pero se contuvo. Tenía que dejar la mente en blanco, maldición.

—No es mi jefe, no tengo por qué responderle.

—Esa no es la forma de ser agradecido, y déjame decirte que me debes una más ahora, la verdad —dijo tranquilamente y le sonrió—. Porque fácilmente pude mandar a cualquier persona que te trajera, pero decidí que fuera tu persona favorita de la mafia... ¿O no, mi mejor asesina?

Escuchó unos pasos a sus espaldas. Tachihara se dio la vuelta solo para encontrarse con uno de los hombres que había ido a secuestrarlo en la acera, el mismo que lo había arrastrado hasta ahí al parecer. Caminó hasta quedar al lado de Mori y se dio cuenta que se trataba del hombre que había evitado que su compañero le aplastara las costillas.

Pero no era ningún hombre. Cuando se quitó la parte superior del traje oscuro, la cabellera suave y delicada de Gin salió a la vista y su rostro sereno y serio le azotó como si fuera una bofetada a la cruda realidad.

Ella alzó la mirada, e incluso si solo fue por medio segundo, pudo ver un rayo de culpa y el susurro de un "perdón" se perdió.

—Gin... —musitó, casi con dolor—. Por favor, no, tú no...

Ella no dijo nada.

—Creo que fui considerado en dejar que ella cumpliera la misión de traerte cuando lo solicitó. Es mi mejor chica, no por nada estuvo al borde del ascenso —dijo y Tachihara no pudo evitar que su atención se centrara en ese verbo en pasado—. Si tan solo no te hubieras retirado tan rápido, Gin, ahora serías una de las mejores.

Negando Al Destino ||Soukoku/Shin Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora