If I seem a little jittery I can't restrain myself
I'm falling into fancy fragments
Can't contain myself
I gotta breakdown, breakdown, yeah
I gotta breakdown, breakdown, yeahViernes 24 de Marzo de 1978 - 03:00 A.M.
Remus rodó de nuevo. No podía dormir; sentía demasiado calor con el edredón puesto encima; pero luego sentía demasiado frío si lo empujaba. Sus piernas seguían enredadas en las sábanas, su almohada tenía bultos y en algún lugar de la torre de Gryffindor un grifo goteaba, lo que lo estaba volviendo loco. Además de todo eso, simplemente no se sentía cansado.
Suspiró profundamente y se dio la vuelta de nuevo. A su lado, Sirius gimió.
— Moony, eres mi mejor amigo, y probablemente tomaría miles de maldiciones por tí, pero si me despiertas una vez más, no me hago responsable de mis acciones. — Dijo todo esto sin abrir los ojos.
— Lo siento — susurró Remus — creo que es la luna, no puedo dormir.
— Mmmrgh.
— Perdón.
Se levantó de la cama. No servía de nada mantenerlos despiertos a los dos.
Fuera de las cortinas de la cama, en la oscuridad de la madrugada de su dormitorio, Remus se quedó un rato junto a la ventana. Era una noche clara y la luna estaba casi llena. Solo le faltaba un pedazo; se preguntó si alguna vez había visto una luna llena con sus propios ojos humanos. Quizás, pero seguramente había sucedido demasiados años atrás como para recordarlo.
El bosque bajo la luna se veía oscuro, con sombras. A Remus le parecía increíble que en tan solo unas pocas horas más él y sus amigos estarían corriendo a través de esos árboles oscuros y misteriosos como si fuera su propio patio de recreo personal. Justo ahora, se veía aterrador; como un gran pozo negro que podría tragarte entero.
Solo cuatro lunas más en Hogwarts. ¿Y entonces qué?
Dejó ese pensamiento a un lado para otro momento.
Remus miró su propia cama vacía, sin entusiasmo. Las cortinas no se habían corrido durante semanas, porque nunca dormía allí; solo la usaba para hacer la tarea. Por consecuente, estaba cubierta de libros, plumas rotas, envoltorios de chocolate y bolas de papel arrugadas. Incluso si hubiera estado ordenada, las sábanas parecían frías y poco atractivas a la luz de la luna. Habría vuelto a suspirar, pero no quería hacer más ruido.
Había unas galletas en la sala común. Una lata de garibaldi de la señora Potter. Si tomaba su libro y sus cigarrillos, podría tener unas horas agradables antes de quedarse dormido o de que fuera la hora del desayuno. Su estómago gruñó, y esa fue la decisión que tomó. Se puso un par de calcetines gruesos (eran de Peter, en realidad, pero nunca a él no le importaba prestar sus cosas), tomó su varita y su libro, y se arrastró hacia la sala común, teniendo cuidado en no pisar el escalón chirriante, saltando por encima de este.
Cuando Remus abrió la puerta de la sala común, se dio cuenta demasiado tarde de que no estaba solo. La chimenea estaba encendida y las lámparas alrededor de los sofás brillaban cálidamente. Una figura estaba acurrucada en el sofá de terciopelo rojo más grande, envuelta en una gruesa manta marrón, con solo una larga trenza negra sobresaliendo en la parte superior. En el sillón, agarrando una taza de tibio ovaltine, mirando fijamente al fuego, estaba Marlene. Ella miró hacia arriba cuando él entró, y Remus no tuvo más remedio que sonreír afablemente y acercarse a ella.
Mientras se acercaba, pudo ver que sus ojos estaban oscuros y pesados, sus mejillas enrojecidas y manchadas de lágrimas.
— Hola — dijo en voz baja, para no despertar a Yaz.