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Karanese, este de la muralla Rose.
Año 850.

Entre los callejones empedrados y las viejas casas de madera, una joven de ojos avispados observaba cuidadosamente los puestos de frutas del mercado, su mirada se fijó en las jugosas manzanas verdes que brillaban bajo el sol de la mañana para luego observar al vendedor, que esperaba paciente y amablemente por ella.

-¿Desea algo, señorita?

Brynhild apenas sonrió y continuó viendo las frutas como lo hacía la señora que había estado viendo hacía unos minutos atrás, imitando su comportamiento. Había estado sin comer casi un día entero porque su madre necesitaba la comida más que ella, y aunque odiaba incluso solo la idea de hacer aquello, la necesidad de probar algún bocado se burlaba de ella y de su dignidad.

Se paseó tranquilamente y aprovechó la oportunidad que se presentó cuando un hombre se acercó con su pequeño niño a comprar al puesto. Su rostro reflejaba una mezcla de determinación y nerviosismo cuando sus manos ágiles y pequeñas se deslizaron hasta coger un par de manzanas que escondió en el dobladillo de su vestido raído, con destreza y cuidado, porque ya había robado varias veces antes.

Estaba por tomar una manzana más, hasta que se dió cuenta de que el niño la veía atentamente, con ojos asustados mientras el padre elegía remolachas distraídamente.

Se quedó paralizada por unos segundos, sin saber cómo reaccionar.

-¿Señorita?

Los ojos escudriñadores del vendedor parecieron percibir su movimiento furtivo, y con movimientos lentos y disimulados tomó la escoba fingiendo barrer alrededor de sus pies. Brynhild podía sentir el aliento de la sospecha en su nuca y su corazón se aceleró al igual que sus pensamientos, que empezaron a recorrer en su mente buscando una ruta de escape. No sería la primera vez que tendría que huir de un robo, y tampoco era la primera vez que alguien le daría su castigo por robar, de hecho, ser golpeada por un palo de escoba no era nada en comparación a ser directamente amenazada con un cuchillo carnicero.

-¿Cuánto por manzana? -preguntó fingiendo curiosidad, tomando la manzana verde para medir su tamaño, pero el vendedor no se veía convencido-. Son bastante grandes...

-Tres monedas por cada una, son importadas...

-Rayos, no me alcanza ni para una entonces -dijo sonriendo apenada, dejando la fruta en su lugar-. Solo tengo dos monedas...

-Mentirosa -dijo de pronto el niño, señalando su vestido, asustado como si en cualquier momento fuese a gritar-. Ladrona...

Brynhild cruzó miradas con el padre del niño, que la veía sorprendido, y miró inmediatamente al vendedor que invadido por la furia al descubrir el robo agarró la escoba con fuerza dispuesto a pegarle con el palo.

Con un movimiento rápido Brynhild se dió la vuelta y emprendió una huida veloz por los estrechos callejones del pueblo, esquivando cestas y personas desprevenidas que reaccionaban alarmadas a su paso. El vendedor intentó alcanzarla mientras le gritaba cualquier cantidad de insultos pero la pequeña multitud agolpada en el mercado la ayudaron a dejar atrás al sujeto rápidamente.

Nadie le daba importancia a una chica corriendo porque frente a ellos el Cuerpo de Exploración se dirigía a cumplir la nombrada frabullosa y heróica «quincuagésima séptima expedición fuera de los muros» En palabras más simples, un montón de humanos iba a morir el la expedición número ciencuenta y siete, saliendo desde Karanese porque la puerta de Trost estaba permanentemente sellada.

Golden Pain | Reiner Braun.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora