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Trost, sur de la muralla Rose.
Año 847.


-¿De verdad vas a intentarlo, a espaldas de mamá?

-Tenemos que sobrevivir, mamá está enfermando por trabajar tanto, a nosotras no nos quieren porque no podemos cargar más de un costal -dijo mirando a los ojos su propio reflejo en el pedazo de espejo y soltándose el cabello le extendió unas viejas tijeras a su hermana mayor.

-Hay más maneras de obtener comida, Bryn...

Su hermana cortó sin lastima buena parte de su cabello, dejándolo a la altura de los hombros, tiró la cola rojiza a la basura y dejó las tijeras en la mesa. Brynhild sacudió un poco su camisa y se ató un moño antes de levantarse de la pequeña silla, miró a su hermana, que no parecía querer detenerla en realidad, pero tampoco la animaba en su decisión.

Sabía que era arriesgado pero ya lo había decidido: entraría al ejército, sabía también que no podría optar a la policía militar, decían que un puesto en aquella facción del ejército era casi imposible de obtener a menos que tuviera gran fuerza, resistencia y habilidad en caso todo, ofrecía los mejores beneficios porque era para los mejores.

Por el momento no pensaba en que tarde o temprano debería combatir cara a cara con los titanes, su opción más viable eran las tropas estacionarias porque jamás arriesgaría tanto su vida en la legión de exploración, su madre la necesitaba con vida, y porque la necesitaba era que iba a postularse en el ejército, aquella mañana soleada.

Los primeros meses fueron tiempos difíciles para toda la humanidad, la comida escaseaba en todas partes, no había dinero y parte de los sobrevivientes de Shiganshina habían sido enviados en una inútil campaña para recuperar la muralla María. Su madre estaba enfermando por sobreexplotación en los campos de cultivo, trabajaba incluso durante el invierno, y a ellas, por ser unas niñas de poca fuerza, no querían pagarle lo suficiente, nadie quería emplear a un par de chiquillas flacuchas que no eran una fuerza de trabajo real.

Brynhild pensaba que ingresando al ejército podría obtener comida y una buena casa, mejor que esa pequeña pieza que no tenía nada más que una mesa, un viejo catre de paja y una silla, ciertamente eran afortunadas por haber conseguido un refugio propio, sabía que aún después de casi dos años había gente todavía vagando por las calles, pero si su madre continuaba así se agravaría su salud y podría morir, la pequeña pieza donde estaban era muy fría durante el invierno, con goteras durante las lluvias, dormían amontonadas en el mismo lugar y morían de calor durante el verano.

-Dime cuál es la otra manera entonces -dijo saliendo, se agachó cerca de la fogata donde cocinaban y le tiró un poco de agua para que la leña no se consumiera, y de la pequeña olla abollada sacó un par de papas, se fijó bien y sacó un gusano que se había cocido accidentalmente dentro de la papa y le dió un mordisco casi comiéndola completa.

Eso era lo que tenían de desayuno, almuerzo y con suerte, la cena: papas cocidas con gusanos, y a veces, solo a veces, un pedazo de carne seca o queso.

-No tienes que seguirme si no quieres -dijo mientras cruzaba una cerca vieja de madera, agachándose un poco para salir a una de las calles principales-. Espera a que entre y le dices a mamá a dónde fui, le dices que la veré cuando den vacaciones...

-No seas idiota, Bryn. En el ejército no dan vacaciones...

-Papá las tenía...

-Papá volvía a casa de vacaciones porque la legión se quedaba sin combatientes, la mayoría eran devorados y debían reponerse pero no había suficientes cadetes preparados, por eso volvía... Las veces que volvió.

Brynhild no respondió a eso, su hermana había sido tajante y crudamente realista.

-Escucha, Brynhild... Los hombres necesitan atención -dijo Josephine cruzando la cerca con cuidado de no rasgar su vestido. Brynhild no sabía de dónde lo había sacado, pero parecían telas nuevas y no la mugrosa ropa usada que entregaban en los refugios.

Golden Pain | Reiner Braun.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora