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Karanese, año 854.


-¿Llevarás a Antje? -Preguntó al fin la mujer, que la veía desde la puerta de la pequeña habitación, dejó la pregunta en el aire para luego hablar más lentamente-. Josephine podría volver...

-Mamá, no vendrá hoy... Tampoco -concluyó con cierta amargura después de haberse colocado bien los zapatos-. Sé que no lo hará ni siquiera porque es el primer cumpleaños de Antje, y si quiere ver a su hija pues que espere un rato, la dejó cuando tenía cuatro meses, es lo mínimo que puede hacer...

Odiaba discutir con su madre y más aún por ese tema que era tan delicado para ambas, su madre mantenía una esperanza que no la llevaría más a una nueva desilusión. Ella en cambio ya la había perdido, había perdido toda esperanza de que Josephine recapacitara y volviera, ya no les pertenecía, nunca lo hizo.

-Debo entregar unos zapatos más tarde... Volveré luego -Brynhild se despidió con prisa después de un cansado suspiro y salió de casa junto a su pequeña sobrina.

Su madre le había pedido que dejara a la bebé porque Josephine había prometido ir, pero la fecha de esa promesa ya había pasado y las palabras se las llevó el viento, como siempre. Brynhild no creía ni esperaba algo de su hermana, después de todo Josephine siempre fue alguien con un concepto de libertad difícil de comprender y eso incluía abandonar a su propia hija.

Mientras su caminata era tranquila por las pintorescas calles del distrito, Brynhild que cargaba en brazos a Antje pensaba en lo mucho que había cambiado su vida desde que la niña llegó hasta ellas, recordaba perfectamente aquella noche lluviosa cuando Josephine llegó tocando la puerta de la casa y con una bebé cubierta por varias sábanas, que dormía tranquilamente en los brazos una madre de mirada fría y perdida, aún recordaba aquellas palabras:

«Sé que esto es inesperado, pero necesito tu ayuda o me voy a matar, Brynhild»

Brynhild había tomado a Antje como su propia hija luego de que Josephine huyera una vez más aunque esta vez con la excusa de darle un mejor futuro a la pequeña, y aunque aquello fue verdad por algún tiempo su avaricia hizo que rápidamente se olvidara de todo lo demás, no había otra explicación. Brynhild había cuidado a la bebé desde entonces, y la amaba tanto que podría incluso morir por ella, aunque Antje no había salido de su vientre no podía entender cómo es que Josephine no podía quererla lo suficiente como para mantenerse a su lado.

Ella sabía que su querida madre no habría podido soportar otra muerte a manos de los titanes porque ya había perdido a su esposo, esa fue la primera razón por la que no intentó ser parte de ejército una vez más, además ahora tenía a un bebé que debía cuidar, por eso se esforzó hasta las lágrimas, sin embargo aún con el trabajo de zapatera no alcanzaba lo suficiente para cubrir los gastos de la niña e hizo lo impensable una vez más, más de una vez.

Le avergonzaba admitir que había llegado a robar después de tanto, quería olvidar para siempre esas noches en las que la bebé lloraba sin parar porque no tenía leche o estaba enferma y debió salir a hurtar arriesgándose a ser atrapada.

Se había jurado esa noche de pesadillas que jamás robaría de nuevo, pero tuvo que hacer lo necesario para sobrevivir y mantener a salvo a su familia. Por eso detestaba a su hermana mayor, simplemente odiaba a Josephine por hacerla romper su promesa, la odiaba por haberla dejado a la deriva y no responsabilizarse de sus acciones y consecuencias, pero jamás podría arrepentirse de no haberle cerrado la puerta en la cara y darle la espalda a aquella bebé que era la luz de sus ojos.

Golden Pain | Reiner Braun.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora