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Karanese, Año 858.

Observó a los caballos relinchando ariscos y sin embargo, la muchacha cruzó la calle con prisa antes de que pasara el carruaje, se detuvo en la entrada de la vieja taberna y miró el nombre del establecimiento mientras sostenía su sombrero rojo de ala ancha con cuidado para que no cayera al suelo y a la vez, para ocultarse del resto.

La gente no entendería por qué alguien como ella debía esconderse, quizá se había vuelto completamente paranoica con el tiempo, pero sabía varios secretos que valían mucho, y quería cuidar su cabeza antes de que le pusieran un precio.

Aquel lugar no era nada pintoresco ni mucho menos elegante, pero quedaban realmente pocos lugares como esos. Después del retumbar a la gente no le importaba en qué lugar beber y emborracharse, una taberna y un establo eran casi lo mismo, la gente solo quería alcoholizarse para olvidar las pesadillas y recuerdos que se suscitaban incluso estando despiertos.

Había pasado alrededor casi cinco años desde aquel suceso que conmocionó al mundo y sin embargo, apenas es que Josephine Hoffmann regresaba a casa, aunque ese término ya se había vuelto ambiguo y casi disuelto para ella, por más que intentó conservar su significado.

No sabía qué se encontraría, pero por lo menos sabía que su familia estaba viva, tampoco sabía exactamente qué iba a decirle a su hermana Brynhild cuando al fin la viera de nuevo, pero aún así se arriesgó y entró al lugar donde sabía que ésta trabajaba, y donde habían unos cuantos hombres panzones y desagradables bebiendo tarros de cerveza o botellas de vodka, con barbas grasientas y miradas desagradables.

De solo pensar que al principio tuvo que dormir con hombres como esos siendo solo una niña, le daba asco otra vez, pero algunas veces hay que sacrificarse, arriesgar ciertas cosas y hacer otras que jamás pensarías hacer, su humilde oficio era de los más antiguos y, si sabía utilizar sus virtudes, muy bien pagado.

Peinó el lugar con la mirada a sabiendas que estaba siendo observada de manera lasciva por uno que otro borracho, pero no podía evitar eso ni siquiera porque tratase de vestirse diferente, aunque por más simple que fuese descombinaba con ese burdo y mugriento lugar. La mayoría de las veces le gustaba que la vieran y ser el centro de atención, le encantaba sentirse deseada, pero esos ridículos hombres no tenían nada que ofrecer en realidad.

Quizá el sombrero llamaba la atención más de lo que creyó, eso o el vestido que no muchas mujeres en esa situación podían darse el lujo de adquirir. Después del retumbar demasiada gente había quedado en pobreza extrema, solo los más listos lograron mantener su estilo de vida, adaptarse a las consecuencias de las decisiones ajenas, eso Josephine lo sabía a la perfección porque había sido una de esas personas.

¿Qué habría sido de su familia todo ese tiempo en que el mundo pareció caerse a pedazos? La sociedad apenas estaba siendo reconstruida otra vez, apenas se levantaban los escombros ¿Su familia se había puesto de pie otra vez? Josephine sabía que lo más probable era que sí, conocía a su madre y a su hermana lo suficiente como para saber que luchaban con uñas y dientes para mantenerse unidas.

Le dolía haberlas dejado, le dolía haberlas perdido por todo ese tiempo, sin saber si estaban vivas o no, incluyendo su propia hija. Ella sufrió lo que pareció un eterno tormento y una culpa tremenda hasta que por fin logró obtener información sobre los sobrevivientes de Hermina luego del retumbar.

Eran su familia, las amaba, pero ellas no entenderían por más que explicase sus motivos para irse. No podía ser igual que ellas y Josephine sabía que Antje estaba mejor con Brynhild, no había otra manera.

Sin embargo, quería hacer las cosas bien una vez en su puta vida.

-¿Puedo ayudarla, señorita? -preguntó el cantinero, un muchacho de quizá su edad que la veía con cierta sorpresa, como si no esperase ver a alguien como ella en ese lugar.

Golden Pain | Reiner Braun.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora