Golden Pain | Reiner Braun.

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El atardecer se escurría entre las ventanas de su habitación cuando al fin se decidió a salir, deseando no encontrarse con Brynhild para no vivir una situación similar a su incómoda conversación.

Después de haber recuperado la conciencia Reiner sentía que algo se le escapaba como una gota de agua entre los dedos, tenía la sensación de que algo importante se escurría entre las grietas de su memoria. Unas palabras que no recordaba y sensaciones que no lograba evocar por más que lo intentara.

Para ese punto estaba completamente seguro de que Brynhild había sido quien lo cuidó al desmayarse, Pieck se lo había confirmado, pero el recuerdo de lo que había sucedido mientras lo atendía era como una página arrancada de un libro, un pedazo faltante que hacía que todo lo demás fuera un tanto incomprensible, había decidido no devanarse los sesos en ello y seguir adelante.

Reiner decidió que hablaría rápidamente con la ama de llaves solo para no meter en problemas a la chica y eso sería todo, además había descansado lo suficiente durante todo el día y seguido las recomendaciones para bajar la fiebre, estaba enfermo pero no quería sentirse como un inválido.

Su conversación fue realmente breve dónde aclaró cualquier posible malentendido y aunque la señora insistió amablemente en que alguien más capacitado podría estar al tanto de su salud si se sentía desconfiado de la sirvienta, él se negó.

No fue capaz de explicarle que no sentía desconfianza de la chica, sino que era su propia inseguridad estaba subyugándolo y no quería sentirse tan incapaz. Dió las gracias una tercera o cuarta vez y mentalmente se dió libre de culpa.

Al volver decidió quedarse un rato afuera para tomar aire en los jardines, cuando el cielo ya era una combinación armónica de colores cálidos producto del atardecer. Reiner se sentó en una banca cercana y estuvo ahí con las manos en los bolsillos de su abrigo, no hacía frío todavía y en esa época las noches eran frescas y secas en Paradis, pero le habían aconsejado mantenerse abrigado para exudar toda la fiebre, y él más que nadie quería que terminara ese jodido malestar para reincorporarse a sus tareas.

Tenía solo un trabajo, y el no poder hacerlo lo estaba haciendo sentir cada vez más inútil, aquellos pensamientos no se alejaban de su cabeza sino que se incrementaban, algo bastante común para él desde que los asuntos del comité de paz habían empezado a cobrar fuerza, hacía un año aproximadamente.

Sin embargo, desde hacía años Reiner luchaba con ciertas cosas: las constantes pesadillas, los recuerdos fugaces y al mismo tiempo pequeñas lagunas mentales. Más recientemente debido al estrés de los encuentros sociales, la ansiedad se había vuelto a alzar como un gigantesco tsunami, y aquello había derivado en la costumbre de hablar poco y la impetuosa necesidad de estar solo, pero haciendo algo, ocupando su mente casi excesivamente en la soledad

Todo era parte de un mismo problema que había perdurado por años hasta el presente y que fluctuaba constantemente. Su diagnóstico por los médicos del ejército marleyano había sido llamado trastorno por estrés postraumático crónico.

Había adoptado también la costumbre de no ver su propio reflejo porque se odiaba, a veces más a veces menos, pero el sentimiento hacia sí mismo no había cambiado. Un cuadro depresivo severo era el causante de aquello.

Cuando falló en su primera misión estuvo a punto de perder su posición en el ejército, y sabía que no haber perdido el acorazado y morir de una vez por todas cuando fue juzgado había sido solo mala suerte, la mala suerte de no morir, porque todo ello había acarreado más peso a aquel trastorno infernal.

Aún después de tanto tiempo, Reiner podía recordaba vívidamente día en que había cometido el error de seguir adelante en la misión, actuando como adulto aún siendo un niño y tomando decisiones que no le correspondían.