Capítulo 48.El muelle

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Después de que Hayes, Skylynn y Lucy llegaran con las hamburguesas, no habíamos perdido ni un solo segundo. A pesar de que Nash y yo hubiesemos pasado la tarde entera como unos verdaderos vagos, comiendo y viendo películas.

Nash sostenía mi mano mientras que con su pulgar acariciaba el dorso de la misma; el hermoso paisaje que veía desde mi ventana no tenía comparación, la nieve caía pacíficamente, sin apuros y en pequeños copos. A comparación del día anterior, no había tal tormenta de nieve que nos impidiese salir. Volteé a ver a mi chico y éste mantenía toda su concentración en la carretera, su ceño estaba levemente fruncido, mientras sus labios tenían una sonrisa juguetona... ¿Habrá notado mi mirada sobre él? Dudaba que no fuera así.

—Soy bien sexy, cariño. Pero no tienes que verme así.

—¿Así cómo? No te veo de ninguna forma en especial, chico presumido —solté una carcajada.

—Eso no es lo que yo creo.

—¿Entonces qué crees?

—Que quieres convertirte en mi acosadora, o algo así —sonrió lascivamente.

—Al parecer tu hamburguesa tenía una poción de autoestima —negué con la cabeza y volví mi vista a la ventana—. ¿A dónde estamos yendo?

—Espera y verás.

—No me gusta esperar —murmuré, dejando que mis labios formaran una mueca.

—Paciencia, nena.

Llevó mi mano hasta su boca y plantó un dulce beso en ella, de seguir tratándome así tendría que conseguirme un respirador artificial. «¡Era el chico más tierno del mundo!»

Después de unos cuantos kilómetros más, al fin el auto se detuvo. Nash bajó del auto, alegando que él abriría mi puerta por mi. Pasó su brazo por mis hombros y me hizo caminar; mi vista se paseó por el lugar hasta darme cuenta en donde estábamos, el familiar muelle de la playa que había visitado hace algunos meses con mis amigos se veía desde lejos, la luz que proporcionaba el mismo -además de la luna- era lo único que alumbraba aquella fría noche.

—¿Qué... qué hacemos aquí?

—Pues... es parte de la sorpresa, ______.

—¿Parte de la sorpresa? —alcé una ceja.

—Digamos que... hay más, pero no se revelará hasta mañana por la noche —rió él.

—Está bien... Me encanta —dije yo, sabiendo que mis ojos estaban brillantes—. Ya había venido alguna vez con los chicos, es uno de mis lugares favoritos.

—El mío también —besó mi mejilla y me hizo caminar hasta el pie del muelle, donde tomamos asiento en una de las grandes rocas de la orilla—. Solía venir mucho aquí, ¿sabes?

—¿Te relajaba? —pregunté yo, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Bastante, era ésa una de las razones por la cuales venía aquí. A veces me sentía frustrado, ya sabes, lo usual —hizo una pausa, agregando—: Pero ahora tengo mi propio paraíso, en el que no necesito pensarlo dos veces para sentirme mejor.

—¿En serio? ¿Cuál es? —levanté la mirada y él estaba viéndome, con su encantadora mirada cernida sobre la mía.

—Tú —respondió Nash.

Mordió su labio, con más nerviosismo del que esperaba. «¿Cómo un chico igual a Nash podía sentir vergüenza?», pensó mi subconsciente. Pero tal parecía que no había respuesta a mi pregunta, pues jamás la recibí.

—Tal vez suene un poco loco, nena —suspiró, cerrando sus ojos y rozando sus labios con los míos—. Pero tu compañía me hace sentir tranquilo, y es irónico pues, has llegado tan sólo hace dos meses.

Con algo de dificultad sonreí, pues su confesión me había hecho recordar que en una semana más tendría que irme. No esperaba que Nash notase mi repentino cambio de humor, pero fue todo lo contrario.

—¿Estás bien?

—Si, es sólo que... —bajé la cabeza, mis dedos estaban envueltos en unos calentitos y suaves guantes, evitando que el frío se colara por los mismos.

—Vamos, puedes decirme —me animó, al ver que no respondía.

—No quiero irme, Nash —él frunció el ceño, esperando que dijera algo más—. A casa, quiero decir.

—Pero podemos estar aquí todo lo que quieras, cariño...

—No, no hablo de eso —reí, «que idiota, pero era mío»—. Hablo de que ya falta una semana para que tus padres lleguen, no quiero irme a mi casa.

—Oh, entiendo —asintió vacilante—. Me había acostumbrado a tenerte con nosotros; despertar contigo, verte quemar la cocina...

—¡Oye! —golpeé su hombro y él carcajeó.

—Es broma, nena, no hablaba en serio —replicó él, tratando de contener su risa contagiosa—. Extrañaré tu comida... en realidad sólo los postres.

—Gracias, Nash. Eres muy tierno —dije yo, haciendo que el sarcasmo rebosara mis palabras.

—Lo sé —sonrió son autosuficiencia—. Muchos me lo dicen.

—Dios, además de ello también eres humilde.

—Deja el sarcasmo a un lado y bésame, ¿quieres?

Detuve mis palabras y rodé los ojos, «sí que lo extrañaría...»

Acercó su boca a la mía y tomó mi labio inferior entre sus dientes, pasé mis manos por su cabello y curvé una sonrisa.

—Tu cabello sí que está largo, ¿eh?

Pasé mi mano por la improvisada coleta que sostenía parte de su cabello, antes de salir de la casa había decidido ponérsela, haciéndome pensar en lo atractivo que se veía de esa forma.

—Sé que te gusta así... —rió él.

—Y no te equivocas.

—Tenías que hacerte una tú también, ya sabes, para que estuvieses a juego conmigo —dijo él, haciendo que el vaho³ que salía de su boca chocara contra mi rostro.

—Lo haré el día de la carrera, lo prometo —digo y él calla mis palabras con un beso.

Sus besos eran suaves, me mantenían calentita y era agradable la manera en que me abrazaba. Como cualquier otra chica, siempre deseé eso, que un chico fuera así de tierno y dulce conmigo. Recuerdo que cuando estaba pequeña, Luke y yo jugábamos a ser novios, desde luego sin besos o demostraciones de afecto; él decía que algún día encontraríamos aquella "persona especial", que nos hiciera sentir mariposas en el estómago e hiciera que nuestro corazón latiera con fuerza, también alegó que estaría muy celoso el día en que eso me sucediera. Siempre fui su chica, o eso era lo que él decía. Luke era el tipo de hermano sobre-protector que se molestaba porque un compañero de clases me preguntaba la hora, incluso si se trataba de sus mejores amigos. En el caso de Chris fue completamente diferente, ya que él -por ser su amigo- confiaba plenamente en su palabra. Aunque ésa era otra historia, y no venía al caso.

Al sentir que nuestros pulmones -desgraciadamente- necesitaban aire, cortamos el beso. Juntó nuestras frentes y su respiración vaporosa chocó con la mía, hundiendo su mano enguantada por debajo de mi abrigo de lana azul.

—Está haciendo mucho frío, ¿no lo crees? —me preguntó, dejando pequeños besos a lo largo de mi mentón.

—Si, y mucho —murmuré en su oído—. Tal vez sería bueno que regresáramos a casa, nos metiéramos en la cama y nos abrazáramos hasta que el frío se pase, ¿te apetece?

—Mmmh... suena tentadora la oferta —dijo él, "pensándolo"—. Acepto, a fin de cuentas terminarías pidiéndolo pronto.

Negué con la cabeza y una sonrisa salió de mis labios sin autorización, ése chico si que me mataba.

......

Vaho³: aliento que despiden por la boca las personas o los animales en condiciones ambientales determinadas.

Operación: Niñera [Nash Grier y tú]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora