𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟎𝟗

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—¿Drake?

—No.

—¿Justin Timberlake?

Movió la cabeza.

—No.

—¿Freddie Mercury?

—Si, bueno, negar que sus canciones sean autenticas y democráticas sería un insulto para con el artista; e inclusive para con su banda, pero nah.

—Entonces, no lo sé, ¿Charlie Puth? ¡¿El viejo McDonald?!

—Qué dices, ese del: «¿ía, ía, oh?» ía, ía, oh, los alacranes —me reí por eso y Tim volvió a mover la cabeza, sonriendo—. Absolutamente no.

—Está bien, me doy por vencido.
Tras una breve pausa, Tim suspiró tomando el cargo de la palabra de nuevo:

—Es Bruno, Raycob. Bruno Mars, estabas casi cerca; podías haber acertado.

Nos encontrábamos en el salón. La clase acababa de terminar. Estudiantes entrando y saliendo del mismo, y algunas veces, susurrando cosas sobre mi, porque para nadie era un secreto que los podía oír, no tenía que ser un genio para darme cuenta (había gente que EN SERIO no sabía disimular). Tim me había dicho que si lograba adivinar a su cantante pop masculino favorito, me enseñaría uno de los mecanismos especiales con los que estudia: el braille*.

En la vida jamás había tocado un libro de esos, de ahí que pensé que esta sería la mejor oportunidad para hacerlo. Sin embargo, resulta que ahora no podía disfrutar de esa gloria. En completa derrota, solté un resoplido.

—¿Era él? Bueno, al parecer no acerté. Ahora no me lo enseñarás, ¿verdad?
—Te volviste tonto o qué. Por supuesto que lo haré, ¿crees que soy tan cruel? Observa.

Con meticulosa atención, extrajo el libro de su mochila y lo dispuso sobre la mesa. En cuestión de segundos, mi semblante se iluminó con una dicha que se desplegó de manera espontánea. Mis ojos, tan indagadores siempre, exploraron el libro con minuciosidad, desde su exquisita textura hasta el evocador aroma que emanaban sus páginas, tal como un niño que recibe su primer pendiente en la víspera de Navidad. Hojeándolo ya abierto, le pregunté a Tim cómo era posible —para su nivel de capacidad— poder leer con tantos puntos.

—Se llama adaptación —me dijo—. Cuando eres ciego de nacimiento, te acostumbras a ello con facilidad.
Sí, claramente no podía subestimar aquello. Mientras yo seguía inmerso en las raras pero increíbles páginas de su libro de estudio, Tim permaneció en silencio.

—Raycob… —soltó él, al fin.

—¿Si?

—¿Puedo hacerte una pregunta…?

—Ya la hiciste —bufé, tratando de sonar gracioso. Y lo conseguí. ¿O él fingió reírse?, bueno, quien sabe, traté de ignorar el estremecimiento que me llegó, cerré el libro y continué—. Es broma. Adelante, Tim; soy todo oídos.

El Hermano Mayor De Clío R&R  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora