𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟎𝟐.

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~2~

Fueron cuatro segundos los que me ofrecieron la oportunidad de: tragar con dificultad, bajar la cabeza con el absurdo propósito de cubrir el sofocamiento de mis mejillas, y girar sobre mis talones para caminar en dirección opuesta a la del chico que por inmovilidad ignoré.

Delante mío Jenevive acababa de girar su rostro sonriente, iba caminando con otra chica de tez negra que tenía un bonito cuerpo, sus brazos estaban enganchados y murmuraban cosas. También las ignoré. Con el oxígeno de vuelta en mis pulmones, me aferré a los tirantes de mi mochila y me fui a clase.

En el trayecto, me puse a pensar si ese guiño que me lanzó Reist había sido cierto o sólo producto de mi ingenio.

¿Por qué lo habrá hecho? ¿Quería coquetearme...? Sí, claro, sigue soñando Raycob. Él jamás haría eso.

Casi sin darme cuenta había llegado al salón de clase. No estaba tan lleno. En los asientos del mismo algunos de mis compañeros conversaban animadamente; otros, sólo navegaban en el mar de sus móviles.

Cuando entré vi que en una esquina el grupo de burlones se reía de una de sus integrantes porque le había salido un percebe en toda la nariz. Me sorprendía el hecho de verlos reírse de ellos mismos, pero ahora sabía una cosa: que burlarse de otros los hace ver con más baja estima. No obstante, eso no era todo.

En la otra esquina, junto a la ventana, noté a un chico alto que tenía una coleta de caballo y una chica en minifalda, ambos se devoraban a besos. Leslie y Johan conocidos en la escuela como: «Los tóxicos». (En mi opinión, ese "amor" era un flujo inexistente, no servía). Logré percibir a leguas que con cada toque, lamida, y beso, la deficiencia de sexo salvajista agonizaba en sus medios.

Gracias a Dios no fui el único que percibió tan explícita y candente escena de amor. Varios silbidos por parte de mis compañeros ya se habían encargado de interrumpirlos. «¡Mierda, Johan! Aquí no, un hotel es más eficiente», les gritó uno de ellos desde su sitio e hizo que Leslie y Johan se despegaran avergonzados.

Casi nadie había notado mi presencia en el salón, lo cual era un alivio. Pude haber sido consciente cuando dije que Reist había reventado mi burbuja invisible, si bien mentía sin convicción, todavía sentía una parte de esa transparencia en mi, y, por alguna razón, era una ventaja que agradecía. No estar a la vista del mundo es más sencillo que ser visto y juzgado por cosa mínima. De manera continua me ha resultado difícil interactuar con otros y eso, por lo que veo, nunca dejará de ser la recia barrera que impide que sea yo mismo.

Supongo que por ser esa la razón nadie me saluda. Salvo alguien hoy; una chica rellenita que viste al estilo Dark, y que juraría no haber visto en esta clase. Ella no me saludó, pero sí se me quedó viendo por un buen rato, y a consecuencia de ese fijo contacto, me sentí tan cohibido que aparté la mirada un poco intimidado.

Le pasé por el lado al grupito de burlones y me senté en medio del salón. El medio. Siempre he buscado el medio. Lo elijo por motivos de concentración para no «distraerme» y para acostumbrarme a la visión directa debido a mi problema de miopía. Al estar todos completos, Kindott, el maestro de Historia, entra al salón dando por iniciada su clase. Con su tópico entusiasmo cedía su explicación, pero sus palabras aparentaban deambular como fantasmas en el núcleo de mis pensamientos ya que, estaba tan absorto mirando hacia «no sé dónde», que por supuesto, no atendí nada de lo que decía.

Intenté concentrarme, mas fue en vano. No lo conseguí.

Todo mi despiste se debía a costa de un individuo: Reist. Él y su estúpido guiño no se salían de mi mente. El océano reflejado en sus ojos, sus cejas tupidas y obscuras, esa sonrisa aperísima seguía plagada en mi cerebro. ¡Me perturbaba! Y eso... ah, cielos.

El Hermano Mayor De Clío R&R  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora