En el trasfondo de la preparatoria Lightwood, Raycob, un chico tímido y marginado, se enfrenta a un dilema inesperado: la atracción hacia el hermano mayor de su mejor amiga.
¿Se arriesgará a confesar sus sentimientos o los mantendrá en secreto?
En...
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Me senté en una de las sillas del teatro. El móvil en mi mano temblaba, como si quisiera escapar de lo que estaba por venir. Sabía que tenía que hacerlo pero el miedo me cerraba la garganta haciéndome dudar de cada palabra que estaba a punto de pronunciar.
—¿Hola...? —La voz de Clíodel atravesó el silencio llena de una inocencia que no merecía lo que estaba a punto de decirle. Respiré hondo intentando tragar el nudo que me impedía hablar.
—Clíodel necesito ser honesto contigo... Y espero no sonar como un idiota —mis palabras salieron entrecortadas apenas un susurro en el vacío.
—¿Eres tú Ray? ¿Qué ocurre? —Su tono se llenó de preocupación y eso solo hizo que me sintiera aún peor.
Tragué saliva, sintiendo que la verdad se enredaba en mi lengua, pesada y amarga.
—No eres la única persona en la que pienso, ¿sabes? —Las palabras me salieron con dificultad, como si estuviera arrancándolas de lo más profundo de mi ser—. Quiero que seamos amigos de verdad, pero no puedo seguir fingiendo. No más. Me he comportado fatal contigo, y lo siento muchísimo. No te merezco, Clíodel.
El silencio que siguió fue un abismo en el que caí sin remedio.
—Raycob, me estás asustando. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me dices esto?
Quería huir, colgar y dejar todo en el aire, pero sabía que no podía. No después de haber llegado tan lejos.
—Clíodel, hay algo que debo confesarte... —dije, sintiendo que la garganta se me cerraba.
—¿Qué es? Dímelo, por favor —imploró, su voz cargada de una urgencia que solo hizo que me doliera más.
Cerré los párpados y me sumergí en el abismo de mis pensamientos.
—Estoy enamorado de tu hermano mayor...
El silencio que siguió fue como un latigazo. Sentí su respiración entrecortada al otro lado y, luego...
—Pero qué diab...
No la dejé terminar.
Colgué antes de que pudiera procesar lo que acababa de decir. Mi mano temblaba, y el móvil cayó al suelo, perdiéndose entre las sillas del teatro. No me importaba. En ese momento, nada lo hacía. Fue entonces cuando la puerta del teatro se abrió de golpe, y al levantar la vista.
Apareció él.
Reist Hotweel…
Caminaba hacia mí con esa elegancia natural que siempre me dejaba sin aliento. Vestía una simple camisa blanca sin mangas y unos jeans negros; pero eso era todo lo que necesitaba para verse, como siempre, perfecto.
