8. En la balanza

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Hace cuatro años, más o menos, cuando yo tenía diecisiete y Bakugo trece, había un chico que parecía pato; todos lo molestaban por el tamaño de sus labios. Yo me sentía mal cada vez que veía que lo molestaban, por eso, en alguna ocasión, lo defendí de unos bravucones.

El chico se mostró muy agradecido, pero lo tomó por un lado incorrecto: se enamoró perdidamente de mí y se dedicaba a mandarme tarjetas y dulces cada que podía, todo normal.

Pero se comenzó a salir de control cuando llenaba mi casillero de chucherías, consiguió mi número de celular y me seguía hasta los lugares donde iba con Marki; el colmo fue cuando llegó a mi casa, metiéndose al patio trasero. Por suerte, mi padre lo encontró, amenazó con llamar a la policía y lo ahuyentó; pero no se detendría ahí.

Un día, me acorraló fuera de la escuela, invitándome a salir. El problema era que estaba muy insistente y jadeaba con frecuencia. Marki y yo nos asustamos, pero, para mi suerte, ese día vería a Bakugo, ya que teníamos que ir a una obra de teatro y se me había ocurrido invitarlo con la familia.

Cuando vio la escena le dio la paliza de su vida, usando su don de explosión. Por esos ayeres, Bakugo no había alcanzado la estatura que tiene ahora, se veía más bajito que nosotros, pero eso no le impedía defenderse, y a mí, cuando hacía falta.

El cara de pato no volvió a molestarme hasta algunos años después, donde trató de invitarme a salir de nuevo, pero Bakugo ya se había desarrollado bastante, alcanzando más estatura que la mía. Siendo vecinos, logró verlo cuando iba a mi casa y le dio otra paliza monumental que, estoy segura, ya no olvidaría jamás.

Recuerdo otra ocasión, de niños, cuando nuestras madres nos llevaron a jugar a un parque acuático. Apenas había aprendido a nadar y el pequeño Bakugo me ayudaba en las orillas a mantenerme a flote.

Unos niños bravucones fueron a molestarme, aventándome a la piscina, a la parte honda. Bakugo no dudó y fue a sacarme, para luego correr y golpear a los bravucones, hasta que le sangraron los nudillos.

Obviamente nos corrieron del parque, pero Bakugo trataba de explicarles a sus padres, y yo junto a él, la situación. Por suerte nos creyeron, pero, aun así, recibió un castigo por violento.

En otra ocasión, cuando ya estaba en la universidad, salimos a jugar a un boliche, y un señor mayor me invitó a salir, así, de la nada, aunque era obvio que teníamos frente a nosotros a un viejo adinerado y rabo verde en acción. Esa vez, Bakugo solo se paró delante de mí, observándolo con ojos muy similares a los de un demonio, mientras gruñía... fue suficiente para ahuyentar al tipo, que se fue corriendo asustado.

Sí, muchas veces Bakugo me defendió... siempre estaba, de una forma u otra, para mí, pero... No, no puedo continuar. Disculpen, no quería seguir atormentándome de esa manera. Definiría ciertas cosas si volvía a verlo...

Estaba sentada en mi cama, con una caja de pañuelos al lado, tratando de calmar mi llanto.

Mi madre subió a los pocos minutos de que Bakugo se fue. ¿Qué esperaba? Con tales gritos era obvio que oiría todo. Solo esperaba que no se molestara por mi última salida con Hawks, ¿habría escuchado eso?

Esos detalles no importaron, se mostró comprensiva y amorosa, como solía hacerlo siempre. Simplemente me abrazó con ternura, mientras dejaba que me desahogara en su hombro, soltando las lágrimas que trataba de reprimir en balde.

No dijo nada, simplemente acariciaba mi cabello. Media hora pasó hasta que me calmé un poco y pude hablar, entrecortadamente:

-Mamá... no le dirás a papá, ¿verdad?

-¿Sobre tu pelea con Bakugo?

-Sí... bueno... ¿escuchaste todo?

-Era difícil ignorar esos gritos, y créeme que le subí a la música de la radio de la cocina, pero... Bakugo y tú tienen buenos pulmones.

Tras tus alas. Hawks x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora