˚₊★₊˚ˑ༄ؘ 𝑻𝑯𝑬 𝑩𝑨𝑳𝑪𝑶𝑵𝒀
❝ La joven modelo y poetisa siempre había estado muy apegada a sus amigos y a su ciudad. Roma era todo lo que le inspiraba, pero los ojos azules de Victoria De Angelis era todo lo que necesitaba para...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝐉𝐔𝐋𝐈𝐄𝐓𝐀.
Algunos besos fueron depositados en mi hombro izquierdo con suavidad, y reconocería esta misma en cualquier lado. Refunfuñé volviendo a mi ser con completa tranquilidad mientras intentaba abrir los ojos de manera progresiva y los frotaba con fuerza.
—Arriba, « picollina » —escuché en un susurro cerca de mi oreja.
—¿Ya es la hora? —cuestioné de la misma manera.
—Mhm... Venga, vamos —habló la voz femenina que tan atractiva se me hacía.
—Ya voy, ya voy... Ve vistiéndote tú y ahora voy yo —me excusé.
—Julieta, llevó más de media hora vestida. Pero quería llamarte porque los chicos me han suplicado que desayunemos todos juntos y nos morimos de hambre —explicó entre risas.
—¿Desde cuando te despiertas antes que yo? —pregunté aún desorientada, sobresaltada e incorporándome por fin.
—Desde que aprendí a poner el despertador —bromeó con una sonrisa completa.
—Que graciosilla... —terminé diciendo.
No tardé demasiado en prepararme para bajar a desayunar. Entre las dos hicimos la gigantesca cama antes de que me arreglara un tanto con un vestido de estampado de flores que tenía escote y utilizar algunos accesorios de Victoria. Maquillé un poco mis labios y mis mejillas, sonrojándolas y viéndome así más coqueta.
El desayuno no fue demasiado mal, pues todos contábamos nuestros sueños y reíamos antes los comentarios espontáneos del benjamín guitarrista. Todos echábamos de menos Roma, nuestra casa, aunque menos de tres días lleváramos fuera de allí. Por poner una pega, diría que Victoria y yo nos manteníamos algo distante sobre la mesa, evitando hacer comentarios de nuestra noche juntas, ya que los chicos harían preguntas y no eran de nuestra agrado; además, me gustaba aquello de que fuera un tanto privado, por supuesto sin contar que todos ellos conocían al menos una faceta de mis sentimientos hacia la bajista. La manera en la que Victoria evitaba hablar conmigo sobre el tema era verdaderamente notoria, como si tuviera miedo a algo, o intentara no seguir comiéndose la cabeza con el asunto; Todo lo contrario a mí, a quien no le rondaba otro asunto, como de costumbre. Aún así, algo dentro de mí la entendía, le daba espacio y quería que la cosa fluyera, como siempre me reiteraba Damiano. Aquella luchaba contra la parte impulsiva e impaciente que también habitaba en mi ser.