𝘗𝘳𝘦𝘧𝘢𝘤𝘪𝘰

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La copa de oro fue lanzada contra la pared sin una pizca de contemplación. 

Su fiel vasallo mantenía su postura rígida y su cabeza gacha. 

El rey se movía de un lado para otro, molesto. Lanzándole millones de maldiciones a la memoria de su padre.

Y es que, no era para menos.

El manuscrito en donde se había escrito la última voluntad del rey v, yacía en el piso; convertido en incontables trozos.

El cuerpo tenso del monarca desprendía un aura asecina. Deseaba acabar con todo el reino; quemar, ahorcar,  envenenar,  decapitar... tantas maneras.

El silencio tenso era roto por el sonido de sus zancadas.

No existía poder humano que fuese lo suficientemente fuerte para aplacar su ira.

Las ansías le devoraban los huesos.  El odio le estrujaba el pecho. Se sentía como una fiera enjaulada.  Una bestia acorralada.

Su sangre era como lava que recorría sus venas de forma vertiginosa.

— ¿Qué dijo el consejo? — cuestionó.

Su sirviente dio un largo suspiro. La respuesta no le iba a gustar para nada. Su cuerpo pequeño se puso más tenso, si es que eso era posible.

— En una semana se llevará a cabo el reclutamiento, majestad.

Sus pasos se frenaron en seco. El ambiente de pronto se volvió funesto. Olía a muerte.

— Muerte... quiero que todas la mujeres en edad de reproducción mueran.

El sirviente alzó el rostro, totalmente pasmado por la orden que su rey demandó.

— Mi señor, con todo respeto, usted no puede ordenar tal cosa.

— Soy el rey, puedo hacer lo que se me venga en gana con el pueblo.

— Y así es mi rey, pero entienda que eso es una barbarie contra el pueblo. Es genocidio.

El viejo de baja estatura y de complexión robusta sentía que iba a desfallecer en cualquier momento.

¡El rey había perdido la cabeza!

Siendo él su consejero cargaba con todo el peso de hacerle entrar en razón o de ayudarlo a buscar otra alternativa.

El consejo había sido inclemente pero también descuidado a la hora de llevar a cabo el cumplimiento del Rey V.

Al parecer se les había olvidado con quién estaban tratando. El actual monarca era como una bomba, podría explotar en cualquier momento. No se medía al momento de tomar decisiones.

— No me digas lo que ya sé — espéto.

Le dolía la cabeza. El cólera causaba una ebullición silenciosa en todo su sistema. Sus sienes palpitaban con agresividad.

— Permítame buscar otra solución — pidió el anciano.

— No voy a ceder.

— Majestad, por favor — suplicó.

El imponente hombre lo miró por unos segundos. Sus ojos como dos chispas de fuego centellando bajo la luz tenue de la estancia.

— Tienes un minuto para explicarte — concedió.

El anciano sintió un bofetón de aire fresco en su rostro. Era como si el Hades regresaba de apoco el alma a su cuerpo.

— Permita que el reclutamiento se lleve a cabo. De ese modo podremos saber el número exacto de jovencitas para su harén.

El rey frunció el cejo. Con un movimiento de mano le pidió que continuara hablando.

— Estando todas en el palacio yo me voy a encargar personalmente de la selección. Voy a tratar de que la mayoría sea devuelta a sus hogares y con las pocas que queden podremos actuar a su parecer.

— Doce, solo doce.

— Así será mi rey.

El vasallo salió del despacho del rey y se dispuso a cumplir con las exigencias.

En unos días la paz del reino del Oeste sería arrebatada. Muchas familias entregarían sus posesiones más preciadas al Rey.

 Una Esposa Para El Rey © 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora