El olor a muerte polulaba en el ambiente. El aire se había vuelto pesado. El sol no iluminó con su luz. Los animales huían en manadas. Las aves no volaban por los cielos. La tierra presentía lo inminente.
Naraku sabía que estaba perdido aún así se las ingenió para jugar su última carta. Kagura no se iba a quedar a esperar su muerte. Como la mujer inteligente que siempre fue, huyó del palacio, dejándolo completamente solo y a merced del enemigo letal que ya había dado la órden para avanzar hacia tierras del Este.
Sesshomaru avanzaba con más de trescientos mil soldados detrás de él. El coronel a su derecha, decidido a arrancar de raíz ese mal que los aquejó desde tiempos pasados.
Se asegurarían de que no quedase un solo descendiente que pudiera aspirar al trono y fomentar nuevamente la enemistad con los otros reinos.
Sesshomaru se negó a recibir la ayuda del rey del Norte. Con el odio que corría por su venas era más que suficiente para volver cenizas a Naraku.
La euforia los inundaba a todos esos hombres que lucían con orgullo el uniforme del ejército más temido de la tierra.
Con emoción levantaban el estandarte. La insignia brillaba en la solapa.Las gemas de la corona del rey brillaban, animando el cantar de los hombres. Su capa, bordada con finos hilos de la seda más costosa, se ondeaba con elegancia. El demonio gigante con sus fauces abiertas, en la tela, parecía tomar vida con cada movimiento del monarca.
Rodearon toda la circunferencia de la ciudad cumpliendo la orden de no dejar vivo a ningún ser en movimiento. El coronel entró a la plaza con la élite. Ondeaba su espada de un lado a otro, volando cabezas a su paso.
Las calles empedradas se llenaron de sangre. Restos humanos regados por todas partes. Las casas fueron quemadas. Los negocios saqueados.
Llantos, gritos de súplicas, gemidos de dolor, se oían en cada rincón del reino del Este. El humo negro y espeso subía hasta el cielo en una clara señal de advertencia para todos aquellos ojos que lo veían a la lejanía.
La ambición de Naraku había ocasionado consecuencias letales para su gente, para su pueblo. El ejército del Este no eran rivales para los demonios vestidos de blanco y dorado.
La guardia real se encargaba de abrirle paso a su rey. Sesshomaru avanzaba pisando cadáveres. Su porte aristocrático, su temple de acero, su mirada glacial, su expresión imperturbable; hacían temblar de pavor a aquellas pobres almas moribundas que iban quedando a su paso.
Naraku se encontraba sentado en su trono, degustando una copa del vino más caro y fino de su reino. Los gritos afuera no perturbaban su tranquilidad.
Sus movimientos gráciles. Su mirada oscura. Su mente maquinando su próximo movimiento. Sesshomaru le podía quitar el reino entero pero en sus manos se hallaba la vida de la mujer que conquistó el corazón de la bestia.
— Pero qué grata sorpresa — expresó con evidente ironía. Inuyasha había abierto con brusquedad la puerta para darle paso a Sesshomaru.
— Naraku — le nombró el coronel. La élite entró y todos lo apuntaron con sus espadas.
El rey del Este alzó las manos en señal de rendición pero la sonrisa altanera no se borraba de sus labios húmedos de vino.
— Majestad, disculpe que no haya ningún sirviente en mi reino para atenderle como se merece.
El rostro de Sesshomaru se mantenía inexpresivo ante las palabras cargadas de sátira dichas por Naraku. Inuyasha, quien hasta el momento se mantenía a la espera de una órden, miró de soslayo al platinado.
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Una Esposa Para El Rey © 👑
FanfictionEl Rey V, había fallecido misteriosamente y su hijo, su primogénito, tuvo que tomar su lugar como el actual monarca. Era un hombre arrogante, altivo y con un ego por las nubes. Quienes lo conocían decían que era déspota, intimidante y peligroso. S...