2 - 𝘈𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘺

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Repugnancia, era la única palabra que se repetía en la mente del monarca.

Las jovencitas fueron arregladas con los mejores vestidos, confeccionados únicamente para cada una de ellas. Sus cabezas fueron ataviadas con coronas de flores de distintos colores y formas.

Sus cuerpos rociados con los perfumes más caros en todo el reino del Oeste pero el rey se mostraba indiferente ante el primer grupo de seis.

Se mantenía en la misma posición desde que se sentó en el trono. Su mano toqueteba con insistencia la espada que portaba en su cinturón.

Había un solo deseo en él; derramar la sangre de todos los insolentes que se hallaban frente a sus ojos.

El consejero trataba de mantener un momento ameno para su alteza pero el humor de este no le ponía las cosas fáciles.

— Tú — de un movimiento rápido había desenbainado la espada y apuntaba con ella a una de las seis jovencitas — Tu nombre.

— Me...me llamo Rin, su majestad — la jovencita hizo una reverencia.

— Yaken.

— Señor.

— Llévatela al jardín.

El consejero de inmediato bajó los escalones del trono y tomó a la joven Rin de su brazo. Ésta lo siguió en silencio. Silencio que rompió cuando llegaron al jardín trasero del palacio.

— ¿Qué haré aquí? — cuestionó llena de temor y dudas.

— Dedícate a complacer a tu rey. No hagas preguntas, no hables a menos que te lo pida.

— Pero...

— Hazme caso — advirtió rápidamente.

Los pasos firmes y seguros del rey resonaban en todo el lugar.

Rin mantenía su rostro bajo, su mirada en el suelo. Sus manos estaban temblando y su corazón latía fuertemente dentro de su pecho.

Hacía mucho frío. Ese día el sol no había aparecido. Una niebla espesa cubría las copas de los árboles más altos del jardín.

El monarca hizo a un lado la capa real que portaba dejando al descubierto el mango refulgente de su espada. Un grueso nudo se formó en la garganta de la jovencita.

— No me mires — espéto el rey ante la insolencia de la joven pues había levantado un poco su rostro.

— Disculpe, su alteza.

— ¿Cuántos años tienes?

— Dieciocho, Majestad.

— ¿A qué se dedican tus padres?

— Agricultores, Majestad.

— Así que eres una plebeya.

El rey torció un gesto de evidente desagrado. El odio que sentía hacia los integrantes del consejo iba cada vez más en aumento.

Su sangre jamás se mezclaria con una insignificante pueblerina. En qué jodido pensó su padre al imponerle tremendo disparate.

Ya había ganado la primera batalla al escoger solo doce mujeres y así formar el harén pero lo resultados no eran de su entera satisfacción.

Yaken se había esforzado y hasta lucido con sus elecciones pero no eran más que fulanas corrientes que no toleraria por más que tratase.

La paciencia no era una de sus virtudes.

La jovencita ante él temblaba tanto que le causó jaqueca. Se frotó el puente de su nariz evidentemente frustrado.

Todo era una completa estupidez. Una jodida mierda. El consejo era una mierda al igual que el decreto de su padre.

Rin respiraba lentamente el aire que sus pulmones le exigían. La presencia del monarca era tan imponente que sentía una debilidad extrema en sus piernas. Desfalleceria en cualquier momento.

Y a eso se le sumaba la exquisita fragancia que desprendía su cuerpo. Se mordió internamente la mejilla para suprimir con el dolor el inmenso deseo de levantar la cabeza para mirar su rostro.

— Llévatela a la segunda planta y entregala a Kaede — le ordenó a uno de sus guardias reales.

Rin no esperó una orden. En cuanto el guardia se movió ella fue detrás de él.

El monarca se quedó unos minutos en el jardín. La tensión en sus músculos era cada vez más intolerante.

La lucha interna que batallaba con él mismo lo debilitaba.

Entendía que al ser el único hijo que el rey engendró todas las obligaciones e imposiciones recaerian en él más nunca se imaginó que fuese tan pronto.

La ausencia de su madre también jugaba un papel importante en su negación, en la falta de aceptación puesto que la necesitaba.

Comprendía que el dolor que vivía y sentía su progenitora era inmensurable. Había perdido a su compañero,  amigo y confidente. El hombre que amaba incondicionalmente ya no estaba.

Pero el joven monarca anhelaba un poco de su atención. Contaba con los consejos de Yaken pero no era suficiente. En pocos meses daría el paso más importante en su vida y ella no estaría.

— Majestad — la voz de Yaken lo sacó de sus cavilaciones — ha llegado la hora de conocer al siguiente grupo.

— Que sea rápido.

Llegaron nuevamente al área del trono. El rey por esta vez optó por estar de pie. El siguiente grupo de jovencitas entraron en fila.

La primera se presentó con el debido respeto y así sucesivamente hasta llegar a la última.

La chica de piel porcelana y ojos como el océano inclinó su cuerpo en una reverencia lenta. El monarca experimento una sensación extraña en su pecho.

Una aprehensión que provocó un latir acelerado de su corazón. La piel de su espalda comenzó a sudar una ira inexplicable se apoderó de su sistema.

Bajó molesto los escalones y tomó con rudeza el mentón de la joven. El silencio se hizo en todo el salón. Todos quedaron sorprendidos ante el actuar inapropiado del rey. Ni siquiera había exigido sus guantes para tocarla.

—  Tu nombre — demandó.

La joven mantenía su boca cerrada, apretada. En sus orbes azules se reflejaba un profundo desprecio.

Había esperado tanto por ese momento y al fin había llegado. Por fin tenía frente a sus ojos al bastardo que mató a sus padres.

De un movimiento ágil y rápido logró soltarse del agarre de su majestad. Su mano agarró el mango de la espada y la sacó de su funda.

Los guardias se lanzaron sobre ella pero ya era tarde. Había logrado herir al rey. La espada se hundió en el costado izquierdo de su cuerpo. La sangre comenzó a brotar.

Un Yaken alarmado pedía a gritos la presencia de los médicos. La joven era golpeada salvajemente por los guardias y los ojos del rey poco a poco se cerraban.

 Una Esposa Para El Rey © 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora