11 - 𝘗𝘢́𝘯𝘪𝘤𝘰

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Los primeros rayos de sol iluminaron la habitación
real. El rey se removió gruñendo y buscando con su mano la compañía que no encontró. Solo había vacío.

Soltó las primeras maldiciones del día y se incorporó. De forma brusca se quitó la sábana que se había enroscado en sus piernas  y se levantó de la cama.

Inconforme caminó hasta la ventana y de un tirón cerró las cortinas que su caprichosa mujer cambió. Sesshomaru odiaba los colores claros pero odiaba más discutir con Kagome porque lo único que conseguía era una molesta jaqueca. Era más terca que una mula.

Ganas nunca le faltaron de retorcerle el cuello y acabar con tanto estrés. Y si, en la intimidad lo hacía. Descubrió que a su bella mujer le gustaba el sexo rudo, violento. Su polla palpitó dentro de su pantalón.

Se metió a la ducha para bajar a punta de agua fría la molesta erección que su imaginación provocó. Kagome era una jodida distracción que lo había alejado de todo lo que en su momento le apasionaba.

Sus días se resumían en comer, follar y dormir.

La encontró en la cocina, dando vueltas de aquí para allá. Teniendo a más de quinientos sirvientes a su disposición ella prefería hacer las cosas por sí misma.

Eran esos pequeños detalles que le despertaban su vena curiosa. Sentía que ni toda la existencia sería suficiente para conocerla, para tratar de entender la forma en que su mente trabajaba.

Kagome siempre trataba de ser independiente y cuando él intentaba evitarlo, se imponía. Las discusiones eran oídas en todo el palacio y terminaba cediendo para evitar los espectáculos.

Era tan pequeña pero con un cuerpo proporcionado que lo llevaba a la locura cada vez que lo poseía. Ella podría tener el control de sus decisiones y elecciones pero en la cama tenía perfectamente claro quién mandaba. Y es que, en cuanto a la entrega, no existía ningún tipo de restricción alguna.

Kagome se desvanecía entre sus brazos. Gritando su nombre entre gemidos profundos y agonizantes.

Kagome se giró en cuanto se percató de su silenciosa presencia y esbozó una sonrisa que le iluminó el rostro. Sesshomaru pasó saliva con dificultad y una punzada se instaló en su pecho. Fue en ese preciso momento que aceptó que ya no había vuelta atrás. Se estaba enamorando cada día más de ella.

De su rebeldía, de su osadía, de esa forma tan suya de ser.

Con cada gesto, con cada palabra, con cada muestra de cariño, se metía un poco mas en su corazón. El hielo que cubría su órgano se fue agrietando poco a poco hasta que no pudo soportar la calidez de sus sentimientos y se reventó en incontables trozos que se derritieron.

Sesshomaru hasta llegó a creer que se encontraba en un sueño. Tanta felicidad, tanta paz lo angustiaba de la misma forma en que lo hacía sentir pleno.

Los temores permanecían ahí, en lo más profundo de su interior. Trataba de bajar la guardia, de disfrutar todos los momentos a su lado pero la sensación de preocupación era inevitable.

Todo el reino y más allá de sus fronteras eran conocedores de su repentina relación y aunque no había hecho un anuncio real, para nadie era un secreto que la mujer retosaba en la cama del rey.

— ¿Desayunas? — preguntó rodeandole la cintura con sus brazos. Se paró de puntillas y le besó la barbilla. Las mejillas de Sesshomaru se tonaron rojas ante esa acción tan inesperada.

Los sirvientes que se encontraban en la cocina veían la escena con los ojos llenos de ilusión y admiración. Todo el reino coincidía en que hacían una bella pareja.

 Una Esposa Para El Rey © 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora