7 - 𝘕𝘦́𝘮𝘦𝘴𝘪𝘴

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El ejército del reino del Oeste se movía por todo el pueblo. La órden había sido resguardar las fronteras y las calles principales. Los hombres vestidos con uniformes negros con destellos dorados obligaban a los aldeanos a resguardarse en sus casas y no salir hasta nuevo aviso.

Las tiendas fueron cerradas, los campesinos dejaron de arar los campos y regresaron con sus familias. La trompeta fue sonada avisando la llegada del rey del Este a territorios gobernados por el rey Sesshomaru Taisho.

El carruaje real, tirado por dos imponentes corceles circulaba la calle principal hasta lo más alto de la colina, en donde el majestuoso palacio se alzaba soberbio.

Sesshomaru había accedido al encuentro por influencias del consejo. Era bien sabido que los viejos eran como sanguijuelas que vivían pegados al poder pero como todo cobarde inservible para nada, le temían al gran Naraku.

Naraku era el enemigo declarado de Sesshomaru. Ambos llevaban una lucha que por más que intentaban llegar a un acuerdo, a una tregua que los beneficiara a ambos era imposible.

Ambos eran orgullosos, tercos y dominantes. Naraku infligia su poder de forma más radical. El pueblo vivía atormentado, obligado a trabajar las tierras sin descanso y por unas cuantas monedas de plata que apenas les alcanzaba para una porción de pan.

Las mujeres eran obligadas a dar a luz con regularidad. Si eran niñas, una parte se quedaba al servicio del palacio y la otra, la mas desdichada, era vendida como esclavas para todo tipo de trabajo, en especial, el sexual.

Los varones eran anexados al ejército al cumplir los diez años. Sin derecho a la educación puesto que Naraku pensaba que entre más ignorantes eran más útiles se volvían.

Por esas razones y otras más inhumanas es que muchos campesinos del Este arriesgaban su vida día a día al intentar huir del reino. Pocos eran los que lograban pasar la frontera. La mayoría era atrapada por la guardia fronteriza siendo aniquilados y torturados por la gran ofensa a su rey.

El rey V odiaba tanto a Naraku que en muchas ocasiones lideró un atentado pero siempre con el mismo resultado; la derrota. El rey del Este era respaldado por el rey del Sur, otro estropajo humano que se deleitaba con el dolor y sufrimiento del pueblo.

Sesshomaru se movía de un lado para otro. La sala del trono sería el lugar donde se llevaría a cabo dicho encuentro. La guardia real fue desplegada por toda la estancia al igual que una parte del ejército. El capitán Bankotsu, quien había regresado de una exploración se mantenía al frente del grupo de soldados de la élite al igual que el coronel Inuyasha.

Nadie sabía a ciencia cierta los motivos de la imprevista reunión pero estaban más que preparados para defender a su rey. Las grandes puertas se abrieron y Naraku entró a la estancia. La aura oscura y peligrosa que desprendía su cuerpo atemorizó a más de uno de los presentes.

— ¡Oh, pero qué grato recibimiento! — exclamó observando con emoción a todos los presentes.

— Rey Naraku, sea bienvenido a este palacio — siendo Yaken el consejero del rey, era el indicado para darle la bienvenida.

— Si, si... Ahórrate las bienvenidas estúpidas — espéto con un ademán de mano. Yaken frunció los labios. Era un maldito maleducado.

Sesshomaru yacía sentado en su trono, en una posición desgarvada y desinteresada. Veía a Naraku como si fuese la cosa más insignificante que parió la tierra. De hecho, no entendía cómo es que le temían tanto si su apariencia solo reflejaba lo estúpido que era.

— Sesshomaru — hizo a un lado la capa y se sentó en el asiento dispuesto para él — seré claro y preciso.

Los labios del rey del Oeste permanecían sellados. La poca seriedad con que tomaba su visita le despertaba los impulsos asesinos. Se quería lanzar sobre él y sacarle los ojos.

 Una Esposa Para El Rey © 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora