16 - 𝘔𝘪́𝘢

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— ¿Estás feliz, Sesshomaru?

La reina madre había llegado al Palacio Real. Por ningún motivo se perdería la boda de su unigénito. Aunque, por órdenes de su hijo, aún no había podido conocer a su nuera, la futura reina consorte.

Había transcurrido un mes desde que Sesshomaru erradicó por completo el reino del Este. Los escombros de lo que un día fue un majestuoso castillo, eran los testigos mudos de la masacre que lideró el monarca.

El coronel Inuyasha había desenmascarado a dos integrantes del consejo. Ellos habían ayudado a Rin y a Bankotsu para que salieran del reino sin problemas y se pudieran reunir con Naraku.

Los otros cuatro que quedaron fueron despojados de sus cargos. Sesshomaru les perdonó la vida pero fueron expulsados del reino.

Sesshomaru miró con fijeza a su madre. El pasar de los años solo acentuaban su belleza. Sus ojos ambarinos brillaban, llenos de curiosidad. Su larga melena plateada atada en dos coletas que le sumaban juventud a su rostro de facciones finas.

Estaban sentados en la sala, tomando té. Sesshomaru mantenía ese porte aristocrático que realzaba su belleza masculina. Había atado su cabello en una coleta alta. Las marcas en su rostro y brazos permanecían. Yako, en contra de su voluntad, eligió ser partícipe de todo lo que ocurriera con la humana.

— Tu silencio me dice que si — agregó para después darle un sorbo a su té.

Entre ellos existía una relación de madre e hijo, un tanto peculiar. Sesshomaru desde niño nunca expresó sus emociones y le rehuía a toda muestra de cariño.

Su madre se las ingenió para aprender a interpretar el lenguaje gestual de su hijo. Por medio de esos gestos imperceptibles sabía si estaba feliz, molesto o incómodo.

Era la única que podía ver en sus ojos el inmenso amor que sentía por la mujer. La frialdad de Sesshomaru podía congelar cualquier corazón pero tenía que reconocer que su nuera había logrado todo lo contrario.

Y lo más curioso, es que no solo se trataba de doblegarle el ego a un hombre tan imponente como él si no, domar a la bestia que habitaba en su interior.

— ¡Amo bonitoooo! — era tanta la emoción que Yaken había olvidado que Sesshomaru le prohibió que se expresara hacia él de esa forma tan patética.

— ¿Por qué tanto escándalo? — cuestionó la madre reina mirándole con desdén.

— ¡La señora ya despertó!

Sesshomaru no esperó más explicaciones por parte de su sirviente. Se levantó del asiento con tal rapidez que este cayó al piso. Su madre, asombrada por el arrebatado actuar de su hijo, lo siguió hasta la habitación real.

Kaede le daba de beber agua de a poco a la mujer. Kagome solo llevaba unos cuantos minutos despierta. Lo primero que pidió fue un poco de agua. Su visión era borrosa y el sabor amargo en su boca le provocaba arcadas.

El aroma característico de su rey llegó a su nariz mucho antes que él irrumpiera en la habitación. Su rostro se puso caliente y sus mejillas se tornaron rojizas al recordar todo lo que había ocurrido en esa habitación, en esa cama, con ese hombre.

Cuando Sesshomaru se posó frente a ella. La necesidad de tenerlo cerca la poseyó. Sus bonitos ojos se llenaron de lágrimas. Fueron meses de angustia. Meses en los que rogó una oportunidad. Meses en los que deseó verlo de nuevo.

Kagome podía escuchar todo lo que ocurría a su alrededor pero por más que lo intentaba no lograba reaccionar. Vivió un calvario, sumergida en una oscuridad total. En donde su único consuelo era oir la voz de su amado, sentir su mano sobre la suya, las caricias de sus suaves dedos en su rostro y sus labios tibios sobre los suyos.

 Una Esposa Para El Rey © 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora