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Aidan.

Oscuridad y vacío es lo único de lo que soy capaz de sentir cuando me fuerzo a recordar. Sé que he vivido, crecí y me prepararon para cumplir con un propósito, pero no recuerdo nada por muy extraño que sea.

El recuerdo que me ha perdurado como el inicio de cuando pude recordar fue el día que estuve en ese jardín por primera vez escuchando al señor Elijah— no, creador Elijah— decirme mi propósito que debía cumplir— Debes cuidar de Shea, ella es tu única prioridad, tu foco de atención, tu vida entera. Si fallas, no querrás ver lo que tu creador puede ser capaz de hacerte.

Llamarlo así fue la primera orden que me dijo antes de acatar las siguientes. Con él a solas debía referirme como mi creador, me lo repitió tantas veces antes de subir unas escaleras totalmente oscuras y frías como lo que envolvían mis memorias.

Cuando estuve afuera en un mundo nuevo como lo era en mis sueños, no conocía otra palabra para referirme a él que no fuera lo que él es para mí. Un creador.

No fue hasta que conviví con Shea, día, tarde y noche que supe que podía referirme a él como «su padre» cuando estuviera con ella, no fue tan difícil de pensar que sería muy raro llamarlo creador o peor aun cuando lo tenía prohibido decir frente a otras personas. Incluso de la científica Verena. Con ella usaba otro título, igual ordenado por él.

Ella era muchas cosas contrarias a su esposo, me trataba igual que a Shea, de hecho, fue idea de ella entrar en las mismas escuelas que su hija, para ese entonces yo no tenía idea de que significaba eso, hasta que fui a mi primer día y descubrí que me gustaban mucho los números y que eran demasiado fáciles de solucionar, aunque para ella no lo fuera.

No entendía eso, ¿acaso no éramos todos iguales?

Conforme fui pasando el tiempo con Shea, nada fue fácil como me obligaron a hacerle creer a ella. Tuve mucho miedo en la primera vez que tuve que servir para lo que me crearon, a sabiendas de que yo siempre estuve consiente del como sucedería el proceso.

Pero nunca se lo dije a mi creador, para él yo no podía sentir, no tenía desarrollado al cien por cierto el sistema límbico lo que se encarga en todos los cerebros humanos de hacernos sentir y controlar emociones y sentimientos— me lo explicó y yo viví con eso hasta que llegó esa noche en la cena donde Shea comenzó a marearse, su dedo meñique temblaba como si tuviera vida propia y...

Comenzó a sangrar por todas partes; nariz, oídos, boca, uñas, ojos...

Su padre la cargó, no fue falta decir mi nombre porque yo ya iba detrás de él junto con la científica Verena «su madre», bajamos las mismas escaleras que no había vuelto a ver desde hacía mucho, pero, aunque no las extrañara, me hacían recordar a casa. Una extraña sensación que pude reconocer cuando me conectaron con Shea.

Cables por todo el cuerpo, monitores controlando nuestra actividad cerebral y cardíaca, sondas que iban de mis venas a las venas de ella... azules, fue lo que pude percatar cuando le descubrieron el brazo.

Sus venas eran azules y no negras como las mías.

El proceso fue muy tardío, duramos toda la noche hasta que ella se normalizó y la llevaron de vuelta a su habitación. Yo no pude moverme hasta la mañana siguiente, cuando ella despertó sin poder recordar absolutamente nada de la anterior cena. Me costaba dar los pasos, pero debía esforzarme por el simple hecho de que no iba a ser la última vez que sucedería este proceso.

Que le sucedería esto a ella... que no lo sabía, nunca sus padres se lo han dicho y por lo que tengo entendido, ella nunca puede recordar las horas previas de los síntomas y mucho menos de la catástrofe.

La Creación Perfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora